23 enero 2014

Un ejército de soñadores

Con el recuerdo vivo de la Revolución del 1° de enero de 1994 y los festejos por los 20 años, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) volvió a abrir las puertas de su “Escuelita” en los meses de diciembre y enero, tras la exitosa experiencia de agosto. Las montañas del sureste mexicano recibieron a más de 4.000 estudiantes de diferentes lugares del país azteca y el mundo para presencia el primer grado: “La libertad según los zapatistas”.
La tercera vuelta comenzó el 1° de enero con la inscripción en el Centro Indígena de Capacitación Integral (CIDECI), más conocido como Universidad de la Tierra, y ubicado a las afueras de San Cristóbal de las Casas, la ciudad más turística de Chiapas. Justamente allí es donde se vive el primer momento de tensión. Es que a la atmósfera de alegría se suma la intriga por saber a cuál “caracol” fue asignado cada uno: La Realidad, “Madre de los caracoles. Mar de nuestros sueños”; Oventic, “Resistencia y rebeldía por la humanidad”; La Garrucha, “Resistencia hacia un nuevo amanecer”; Morelia, “Torbellino de nuestras palabras”, o Roberto Barrios, “Que habla para todos”.
Los “caracoles” son la primera división organizativa de los pueblos zapatistas y debe su nombre a tres razones: comienzan con una forma chica, pero terminan grandes; indican resistencia y autonomía por su “casa”, de concha dura y que siempre lleva con él; y avanzan lento, pero seguro. A este educando le tocó Morelia cuya particularidad es que desarrollan la comunicación de la organización.
El día siguiente está marcado por la emoción. Los alumnos llegan temprano con sus mochilas al CIDECI y ven por primera vez a los compañeros del EZLN fuera de una pantalla. Se respira respeto y ganas de vivir. Los estudiantes se dividen por caracol y comienzan las despedidas.


Tras menos de cinco horas se llega a Morelia y luego de esperar unos minutos las autoridades presentan a cada alumno a su votán, el "guardián" que los acompañará hasta para ir al baño (literalmente). La entrada al caracol es pura emoción. La música festiva es entrecortada por un locutor que anima a los zapatistas y da la bienvenidad. Los estudiantes caminan por un corredor improvisado en medio de decenas de pasamontañas que los miran y aplauden. No saben si responder con más aplausos, sonreír o agradecer.

Los guardianes tienen bastante clara su tarea. Tras ayudar a llevar los bolsos al auditorio, que también será el dormitorio de hombres, preguntan a sus estudiantes si quieren ir al baño. Después del “veinticinco” (al “número dos”, los zapatistas llamarán “cincuenta”), se arma una larga fila para ir a la cocina a buscar la merienda-cena. Frijoles, arroz, tostadas (la tortilla de maíz mexicana dura) y café son comidos por primera vez, pero pronto veremos que son alimentos omnipresentes en la dieta zapatista.
Tras el éxtasis de la tarde, la noche en el auditorio se hace fría. Las bolsas de dormir y colchas no disimulan la rigidez de los bancos donde nos acostamos. El aire de entre cero y diez grados lastima la garganta, y los 100 hombres en el improvisado dormitorio estamos obligados a envolvernos como orugas para calentar el aire.

Al día siguiente se amanece temprano y se desayuna lo mismo. Tras mucha organización los camioncitos comienzan a salir para las diferentes comunidades: 10 de abril, Che Guevara, 17 de noviembre, Comandanta Ramona. Sólo dos estudiantes fuimos asignados al municipio de Nueva Reforma. Tras media hora de viaje llegamos. Ni bien se apaga el motor, las 25 personas (la mitad eran niños) que esperaban alrededor del fogón formaron dos filas, una de hombres y otras de mujeres, y una señora toma la palabra:
- ¡Viva los estudiantes y estudiantas de la Escuelita Autónoma Zapatista!
- ¡Viva!
- ¡Viva el Subcomandante Moisés!
- ¡Viva!
- ¡Viva el Subcomandante Marcos!
- ¡Viva!
- ¡Viva la Escuelita Zapatista!
- ¡Viva!
Uno a uno los hombres, mujeres y niños nos estrechan sus manos. Una vez más se hace presente el calor y la humildad indígena. Tras las presentaciones, se cena caldo de pollo y ahí se nota la importancia del acontecimiento: se mataron gallinas y eso no sucede siempre.
Los tres días en la comunidad son una sucesión de momentos donde los trabajos con los zapatistas ocupan un rol central: se trabaja el maíz en la milpa con un azadón para limpiar la maleza, se ayuda a vacunar el ganado en el monte, se pescan camarones en un riacho con una lombriz atada a una lanita de color, se recolecta café para preguntarse cómo es que ese frutito rojo con gusto a nada se transforma en cappuccino.

Los pasamontañas y paliacates (el pañuelo rojo con vivos amarillos que también se usa para ocultar la cara) desaparecen salvo para las fotos. El Estado mexicano persigue a los zapatistas y como dijo el Subcomandante Marcos hace ya unos años: “Para que nos vieran, nos tapamos el rostro”. La noción del tiempo se esfuma. Lo innecesario también. La sencillez indígena es sabia y deja huella en la mirada occidental.
Ya en la ciudad, los amigos preguntarán por la pobreza y respondemos con sinceridad. La precariedad está ahí, claro. Y ellos mismos lo saben y ellos mismo lo dicen. No se ve lujo ni smart phones ni wi-fi. Pero tampoco se ve hambre ni chicos que comen de la basura ni gente durmiendo a la deriva. Tampoco existe ya la opresión de los “rancheros” que se quedan con todo y aplican castigos. En las montañas del sureste mexicano se respira dignidad. Dignidad insurrecta. Un sentimiento de esperanza para quienes creemos que un otro mundo es posible: “Un mundo donde quepan muchos mundos”. La alegre rebeldía está ahí para mostrarlo.


Los tres días con la comunidad pasan rápido y, los cumpas vuelven al caracol e intercambian sus experiencias. No lo dijimos antes, pero ahí está la segunda riqueza de la Escuelita que no todos ven. Hay muchísimos educandos de México, pero también de Argentina, Uruguay y Brasil, de Europa y hasta estadounidenses. Hay un arco iris de experiencias: académicos, feministas, universitarios, militantes, radios comunitarias, periodistas. Sólo la ideología arroja pequeños matices. Los argentinos notamos que la figura del Che Guevara desplaza en popularidad a Maradona y Messi.

Gracias a Chiapas, México vuelve a unir diversas tradiciones. Algo bueno tiene que salir de aquí. Gracias a la Escuelita, el EZLN alza nuevamente la voz a la comunidad internacional. Vuelve a ser uno de los faros para aquellos que queremos "para todos la luz, para todos todo". 

Como concluía el Subcomandante Marcos en una carta que enviaba a Eduardo Galeano: "En suma: somos un ejército de soñadores y, por lo mismo, somos invencibles. ¿Cómo no vencer con esta imaginación trastocándolo todo? No podemos perder. O, mejor dicho, no merecemos perder...".

12 enero 2014

El amor de un padre

A veces el amor de un padre es mucho más duro que el de una mujer. O al menos eso me dice mi experiencia. O al menos eso veo que pasa entre padres e hijos. Diferente al de madre-hijo o al de padre-hija.


Me quedo con esa imagen de Vicente y sus casi 64 años. Metiéndose en ese territorio medio desconocido que es Google y viendo todos esos indígenas con pasamontañas. Sintiendo eso que sentimos todos la primera vez que los vemos y no sabemos su historia.

Si bien podría contar infinitamente la cantidad de veces que vi a mi viejo cansado para llevar la comida a casa, por esa cuestión insaciable del ser humano, uno siempre quiere más y busca esos momentos en que el cariño brilla más fuerte aún. Y ahí me acuerdo de mi secundaria, cuando fui abanderado o, tal vez, escolta, y vi con mis ojos más frescos a mi viejo llorando . Hoy con mis ojos más cansados veo también que había faltado al trabajo y que eso no siempre es fácil. 

También recuerdo la defensa de mi tesis de Licenciatura. Su tronco erguido y su mirada directa a mi exposición para darme confianza. Y también mi mirada esquiva porque si lo llegaba a ver llorando como cuando había sido abanderado me iba a desconcentrar. O a decir verdad, creo que me iba a emocionar, ¿por qué no admitirlo?

Podría contar también la vez que con 17 años lo llamé llorando desde mi viaje de egresados porque nos habían robado la plata. Y con más vergüenza aún ese 24 de febrero de 2012 cuando con casi 26 años lo llamé llorando desde Bolivia lleno de desilusión y extrañando a mi país. En ese momento recordé el mismo llamado de los 17 años y recuerdo que recuerdo su preocupación para que pueda sobrevivir las dos semanas restantes en territorio boliviano.

Pero traigo todo esto para contar uno de los momentos lindos del viaje. Para ser más exactos, el 8 de enero a las cinco y algunos minutos de la tarde. Cuando con su mensaje de texto que decía un simple "Hola", me decía que estaba preocupado porque no hablábamos desde el 31 de diciembre a la noche. Y todo eso a pesar de que el 1° de enero le había dicho por mensaje que no iba a volver a llamar por unos días porque me iba con los zapatistas. 

Marqué el 00-54-11 como tantas otras veces:

- Hola

- Hola - dije como un llamado más y esperé - Hola, ¿cómo va? Soy yo.

- Hoooooooooola... ¡Feliz año nuevo! - Respondió feliz y recordé que aún no nos habíamos hablado en lo que iba de 2014 - Estuve meta cortar clavos estos días. Pará que te paso con la abuela que me voy a poner a llorar.

Y con esa frase me descolocó totalmente. Mi cabeza viajó a mi llegada de Bolivia después de casi 100 días. Su cara de felicidad, su abrazo emocionado diciéndome "Feliz cumpleaños" como si él hubiera tenido alguna culpa de que un mes antes yo hubiera pasado mi cumpleaños lejos de la gente que quiero. "Mirá que flaco que estás", agregaría durante el abrazo, como seguramente lo habría hecho mi mamá.

Mi cabeza volvió al 2014 y conversé con la abuela que me dijo que papá había estado preocupado y después volví a hablar con él. Me contó que había googleado al "EZLN" y al "Subcomandante Marcos", como sugerí desde allá (a mi vuelta también demostraría conocimiento e interés sobre el 1° de enero de 1994 y Chiapas para mi grata sorpresa). "A dónde se fue a meter este pibe", me diría que había pensado al ver por intenet a tanta gente con pasamontañas. Y finalmente terminó con un sabio: "Pero bueno, si te hace feliz".

Y así colgué el teléfono en San Cristóbal de las Casas. Y me sumergí en la soledad de mi viaje de mochilero. Caminando por las vereditas coloniales de "San-Cris", haciendo y respondiéndome las infinitas preguntas que buscamos y nos hacemos los viajeros solitarios. Disfrutando profundamente de ese momento de emoción que siempre busco en los momentos de aventura.

Y pensando me di cuenta que el amor de un padre está muchas veces en esas cosas que uno no ve. En sus infinitas preguntas acerca de por qué carajo me tenía que ir a Bolivia para hacer una tesis. O qué carajos es una tesis y si realmente lleva tanto tiempo. O en aprender a hablar por Skype porque su hijo se va 45 días a Brasil, y querer hablar media hora todos los días.

En este caso me quedo con esa imagen de Vicente y sus casi 64 años. Agarrando un papelito con las palabras claves anotadas: a) Ejército Zapatista de Liberación Nacional, b) Caracol Morelia, c) Subcomandante Marcos y d) Manifiesto zapatista en Nahuatl. Metiéndose en ese terreno medio desconocido que es Google y viendo a todos esos indígenas con pasamontañas. Sintiendo eso que sentimos todos la primera vez que los vemos y no sabemos bien su historia. Me lo imagino pensando quién carajo mandó a su hijo a eso. 

Y finalmente me lo quiero imaginar también respondiendo: "Y bueno, salió a la madre".

08 enero 2014

La francesa

Se llamaba Agata y se escribía más o menos así: "Agathe". Tenía 22 años, era francesa y agrónoma. Pudiendo laburar para una multinacional, eligió la rama más ideológica: la agroecología. Había recibido una mención especial en la escuela y con veintipocos había viajado a estudiar a México. No sé si les dije, pero siempre admiré a esos jovencitos que se van a otro país. Y claro, me habría encantado ser uno de ellos.

Le sugerí que al lado de una mujer zapatista dibujara una estrella y el EZLN. Lo hizo y dijimos que fue un dibujo de a dos.

Sentí que ella buscó hablarme, si bien más tarde me diría que no fue así. Nos matamos hablando en el Caracol de Morelia durante el primer día de la Escuelita Zapatista. En una de las charlas se molestó un poco con uno de mis chistes y así descubrí que era feminista. De esas que están en contra de la depilación. ¿Por qué tanta exageración?

Al segundo día nos separamos, ella fue a la comunidad 10 de abril y yo a Nueva Reforma. Confieso que me habría gustado mucho compartir el mismo pueblo, pero el destino no lo quiso así. "No me extrañes", le dije a lo argentino y una vez más volvió a sonreír. Durante los tres días en Nueva Reforma me pregunté qué sería de la francesa. 

Los de Nueva Reforma fuimos los primeros en volver al Caracol. Desde el no-frío del auditorio la vi llegar y bajar de su camioncito, pero no la fui a buscar, claro. Nos vimos más tarde y sonreímos. A partir de ahí no nos despegamos. Nos sentamos juntos y vimos sus hermosos dibujos. Mientras usaba su pluma, le sugerí que al lado de una mujer zapatista dibujara una estrella y el "EZLN". Lo hizo y dijimos que fue un dibujo de a dos.

Hablamos más. Sonó la canción de Silvio Rodríguez que me recomendó mi amigo Ernesto y lo vi como una señal. Me contó que había estado de okupa durante cuatro meses en Francia y que en los veranos se iba durante 30 días a un pueblo cerca de la costa francesa para reconstruirlo con sus materiales originales. Volví a pensar que tenía sólo 22 años.

La hice reír más y aceleré un poco. Una mujer zapatista llamada Lorena me festejaba todos los chistes. Le hablé de Gramsci y lo anotó junto con los otros autores que le recomendé en nuestra primera charla: Paulo Freire, Michel Foucault y alguno más.

A la noche bailamos juntos varias horas. Soy un gran bailarín, no sé si les dije. Mentí respecto al "estilo latino" para acercarme más. Siguió riendo. La música terminó temprano, pero pedimos a nuestros votanes si podíamos seguír hablando.

"Hacía como dos años que no sonreía", me dijo y me hizo sonreír. Después de varios minutos su votana interrumpió la charla y nos fuimos a dormir. Separados, claro.

Al otro día nos sentamos juntos en la vuelta a San Cristóbal de las Casas. Nuestras manos estuvieran todo el tiempo juntas. "Estás usando la teoría de construcción de poder gramsciana", sonrió. Llegamos a "San-Cris" y nos tuvimos que despedir. Bajo el sol de la montañas del sureste mexicano, me dio un beso en la mejilla y me regaló un "gracias" melancólico.

Cinco horas después nos reencontramos en un bar. "Me gustó compartir la Escuelita con vos", rescaté de entre muchas palabras y unas Bohemias. Cinco horas después escribo esto en su libreta de dibujos. Justo ahora ella lo lee.

El destino es encantador cumpa.

05 enero 2014

Las luciérnagas

Los viejos sabios de un pueblo heredero de los mayas cuentan que hace muchos años, cuando aún no existía el sol, había luciérnagas por lados todos. Los antiguos las llamaban chachalac.

Luciérnagas en alta exposición. Fuente: Óscar

Esos bichitos que despiden luz eran pequeños dioses que habían viajado durante mucho tiempo por el espacio para llegar a la tierra e iluminar a los humanos que vivían en la oscuridad.

Humanos y dioses convivieron durante años hasta que el Dios de las Tinieblas, encandilado por su belleza, decidió que quería hacer sus collares con esos bichitos que daban luz.

Ofreció una moneda de oro por cada uno de esos seres y, de este modo, "caza-bichitos" de lados todos comenzaron a perseguirlos. Los chachalac fueron desapareciendo y la luz comenzó a hacerse escasa. Sin embargo los hombres siguieron.

Asustados, algunos chachalac abandonaron rápidamente la Tierra y fueron hacia el firmamento, intentando iluminar cada uno por su cuenta a la Tierra. Si bien su luz es muy débil, todavía se los puede ver allí, cuando asoma la noche.

El resto de los chachalac esperaron hasta último momento, pero vieron que la conducta de los humanos no cambiaba. Partieron todos juntos y la Tierra quedó a oscuras. Recién ahí las personas se dieron cuenta de que sin los bichitos de luz sólo había oscuridad.

Sin embargo, los chachalac no quisieron dejar de iluminar a los humanos y es por eso que salen todas juntas, por la mañana, bien temprano, para ayudar a la gente por dónde andar y para que puedan disfrutar de las bellezas que los rodean.

Pero también se esconden al final del día para recordarles a los pueblos que ellos mismos y su codicia condujeron a la oscuridad. Desde allá arriba y muchísimos años después siguen confiando en que algún día el hombre cambie.