12 octubre 2014

El problema del indio

Hace ya casi 100 años que el intelectual José Carlos Mariátegui escribió sus Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana que tanto nos han ayudado a comprender la vivencia indígena en nuestra América: “El problema del indio es el problema de la tierra”. En la Argentina del siglo XXI esta máxima sigue igual de vigente que en el Perú de finales de 1920.


El pasado 9 de septiembre la Universidad del Salvador (USAL) organizó, junto al Equipo Nacional de Pastoral Aborigen (ENDEPA), sus Primeras Jornadas Indígenas a 20 años de la reforma constitucional de 1994 que incluyó por primera vez los derechos de los pueblos originarios en el artículo 75 inciso 17. Todos los expositores coincidieron en afirmar que la principal problemática de las comunidades sigue siendo la disponibilidad de tierra y territorio, seguido de cerca por el derecho a consulta previa sobre la gestión de sus recursos naturales.

Gobierno nacional, provincial y empresas privadas conforman un triángulo de intereses políticos y económicos en detrimento de la vida indígena. A ellos se suman los medios de información que, ya sea por la pauta publicitaria o por la agenda de noticias que priorizan, no le dan espacio a este avasallamiento institucional sobre los pueblos.

Si bien las comunidades qom, wichi y mapuche son las que más resistencia han mostrado, los problemas afectan a todo el mundo indígena: expansión del monocultivo de la soja, la industria petrolera y Vaca Muerta, expropiación de tierras por parte del Estado o el capital privado, y las madereras irrumpen en su territorio.

El modelo extractivista está matando a nuestros pueblos originarios que encuentran en la Madre Tierra sus alimentos y sus medicinas. Resulta difícil percibirlo desde una lógica occidental, pero la cosmovisión y la vida india descansan en su vínculo con la naturaleza. Contaminar los suelos y los ríos, el desmonte y la explotación de bosques son modos de matar a los pueblos.

Fue justamente con el objetivo de crear consciencia sobre el imperativo ético de respetar los Derechos Humanos de los pueblos indígenas que la USAL ha decidido llevar este debate al ámbito académico. Fue una novedad. Y una novedad bien recibida por los más de 300 estudiantes y profesores que aplaudieron las palabras del Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel; la Madre de Plaza de Mayo Nora Cortiñas; el qarashe de la Comunidad Qom, Félix Díaz; el periodista Darío Aranda y el profesor de sociología Miguel Ángel Forte.

Las universidades públicas han llevado siempre la delantera en materia de contenido social, mientras que las privadas se han replegado en la formación profesional y en la construcción del imaginario del éxito. Sin embargo, cuando se discute con los estudiantes las problemáticas sociales y las diferentes realidades, los profesores se encuentran con que estos temas tienen un interés superlativo para los educandos. El dolor y la solidaridad con los que sufren, al fin y al cabo, forma parte del ser humano.

Hace menos tiempo, el maestro Paulo Freire nos dejó un legado al comienzo de su Pedagogía del oprimido: “A los desharrapados del mundo y a quienes, descubriéndose en ellos, con ellos viven y con ellos luchan”. Bienvenido sea que cada vez más educadores y educandos se sumen a esta consigna.


10 octubre 2014

La abuela Argentina

No sé bien cuándo fue que comencé a preguntarme qué era. Como todos, construí mi historia. Ahora, cuando alguien me pregunta qué soy, comienzo a contar mi historia a partir de la abuela Argentina.


Confieso que me gusta decir que soy el nieto de una provinciana que tiene sangre india y que se le ilumina la cara
cuando habla de 
Evita. Que en la pobreza crió tres hijos a base de huerta, mate cocido y pan.

Como buen resultado de los aparatos ideológicos del capitalismo durante mucho tiempo creí que nuestros éxitos y fracasos eran propios de la meritocracia. O sea, por años pensé que mi vida sería fruto de cuánto me esforzara. Efectivamente sigo creyendo que parte de la vida radica ahí. Pero otra parte no.

No recuerdo quién fue que me hizo entender que existe una otra parte de la vida que no se determina por cuánto nos rompamos el lomo. O por cuánto nos quememos las pestañas. Sino que depende de dónde venimos. Y eso, a su vez, depende de la suerte.

Seamos un poco más claros: quien nace en el seno de una familia adinerada tendrá bastante más oportunidades que quien nació sumido en la pobreza. El primero tendrá posibilidades de jugar, de estudiar en buenos lugares y acumulará un lindo capital de relaciones sociales. En cambio, el segundo pasará buena parte de su vida trabajando para subsistir. Como esos chicos que reparten estampitas en el subte. O que limpian los vidrios. Mientras otros tuvimos la posibilidad de ir a la universidad apoyados por nuestros padres.

Y es justamente esta parte la que no depende de nuestro mérito y que radica en la fortuna. ¿Cuánto más mérito hicimos que ser el espermatozoide que "coleteó" más rápido? ¿Quién puede elegir la familia en la cual nacerá? Nadie. Eso es solo una cuestión de azar.

Cuando alguien me pregunta qué soy tengo una respuesta. Pero gran parte de ella parte de saber de dónde vengo. De quién soy hijo. Y de quién soy nieto. 

Nací en una familia de clase media del conurbano sur. Que me da la sensación que está un nivel socio-económico más abajo que la clase media de la Ciudad y la zona norte. Soy el hijo de un hombre que no terminó la escuela y, vivió una vida de sacrificio y trabajo. Y de una clasemediera que llegó a la universidad y abandonó faltando una materia para trabajar, y luego dedicarse a sus hijos.

Pero yendo un poquito más atrás, soy nieto de la abuela Argentina. Sí, se llama Argentina como el país. Y ahí comienza mi relato. Que no es el relato real. O sí. No sé. Porque todo relato es una construcción. Digamos mejor que éste es el relato que elegí. Y que elijo.

La abuela Argentina es una santiagueña, que laburaba en la zafra juntando la caña: "Los que la cortaban eran los tíos". En sus tiempos libres la abuela juntaba vidrio y hueso para vender. Mientras yo borro con el "supr" o el "backspace", ella se mojaba el dedo. Y rompía las hojas, claro.

La abuela fue una cabecita negra que llegó a Retiro a los 17 años. Era 1944. Pienso: mientras mi viejo me pagaba el viaje a Bariloche, ella se subía al camión de un desconocido para buscar mejor suerte en "la Capital". Con menos de 20 años, Argentina sufría estar sola en una ciudad desconocida, mientras limpiaba y hacía tareas del hogar en una casona de Bernal.

Confieso que me gusta decir que soy el nieto de una provinciana que tiene sangre india y que se le ilumina la cara cuando habla de Evita. Que en la pobreza crió tres hijos a base de huerta, mate cocido y pan.

Podría seguir hablando de la abuela Argentina. Y más hoy que cumple 87 años. Pero en cambio me gustaría agregar que hoy sigue habiendo muchas Argentinas cuyo horizonte de vida es el trabajo y el sacrificio para que una próxima generación pueda llegar a borrar con "supr". Esas Argentinas madrugan y trabajan.

Y lo hacen en silencio.


Después de muchos años de Ciencias Sociales, creo que como sociedad deberíamos brindarles a esas otras Argentinas oportunidades. Para que puedan disfrutar un poquito más la vida. Disfrutar como lo hicimos y lo hacemos nosotros.

Brindarles oportunidades... Como lo hicieron ellas, hace años, por muchos de nosotros.