15 febrero 2012

Cumpleaños feliz!

Desde que pasé solo Año Nuevo, cenando con una sopa de arroz del Plan Social de Bolivia, me mentalicé que mi cumpleaños sería igual de triste. No esperaba festejo ni “feliz cumpleaños”: mi único placer cumpleañero sería leer los cariños por Facebook y el mail, y llamarlos a mi viejo y Antonella para que me saludaran.


Mis planes cambiaron un poco. En mi breve estadía en Cochabamba, Fernando Mayorga (intelectual y académico) me hizo un contacto con otra argentina que también estaba en Bolivia investigando para su tesis: Florencia Puente, becaria del Conicet que estudia a los indígenas de tierras bajas.

El lunes 13 la llamé tal cual lo acordado y nos juntamos a almorzar. Florencia resultó ser una chica muy copada, con una buena experiencia en el campo boliviano. Charlamos sobre la actualidad y noté que se movía con comodidad entre la intelectualidad boliviana. Al contarle la cercanía de mi cumpleaños, me dijo que no podía pasarla solo y me invitó a cenar con su amigo de cuarto.

De vuelta a casa, pasé a hacer mis compras de verduras por la feria de anaqueles y me crucé con Carlos, uno de mis vecinos. Le dije que iba a hacer fideos y se auto-invitó en broma. Como hacía rato lo quería entrevistar sobre su vivencia en la “Guerra del Gas”, tomé su auto-invitación y le dije que lo esperaba a las 22.00. Media hora después de lo acordado, lo pasé a buscar por su cuarto porque no llegaba. Carlos estaba comiendo con su familia y me dijo que subiría en breves. “Que cagada”, pensé. Había cocinado para dos.

Carlos subió cinco minutos más tarde y aceptó un plato de fideos con mi salsa casera. Comenzamos a charlar de la vida. Me contó de su amor de la adolescencia y cómo había sufrido su infidelidad con su mejor amigo, mientras él estaba en el cuartel haciendo el servicio militar. Más tarde, había ido a buscarla al Brasil en un viaje de tres años sin poder encontrarla. Esa experiencia lo hacía entender mi soledad en tierra aymara.

Carlos hablaba gustoso y no comía los fideos. Terminado mi plato, le dije que comiera así no se enfriaban y comenzábamos la entrevista. “Estoy disfrutando tus fideos, Damián. Y quiero comerlos despacio”, me contestó para mi alegría y recordó una comida peruana que no olvidaba. Comenzamos la entrevista.

Carlos me advirtió que seguramente derramaría lágrimas sobre los acontecimientos de 2003. Recordó los ataques de militares, los gases ingresando a la casa, su familia ahogándose con el gas, cuando se interpuso ante los soldados y su familia pensando que lo iban a matar, la muerte de un amigo en sus brazos, la recorrida por El Alto buscando víveres escasos, cruzarse con más de 10 velorios en la calle, la marcha hacia La Paz al frente de la columna, el ataque de los policías en el centro, una bala que rozó su tobillo, sentir que se moría producto de los gases y la renuncia de Gonzalo Sánchez de Lozada. 

Carlos no lloró, pero sus ojos permanecieron brillosos, mientras comía lentamente sus fideos.

Siempre que había leído los acontecimientos, lo había interpretado como una victoria del campo popular, pero nunca había pensado el sufrimiento de los hechos vividos. Terminamos pasada la medianoche. Carlos agradeció la entrevista y respondí el agradecimiento. Me dijo que era la primera vez que no lloraba. Nos abrazamos. Sabiendo que mi cumpleaños era dos días después, me propuso hacer algo.


*  *  *

Anto fue la primera en mandarme un mensaje ni bien pasadas las 00.00 de mi cumpleaños. Esperé más mensajes mientras tomaba mi sopa, pero no llegaron. “Pensarán que no me llegan los mensajes”, me alenté. Me dormí como un día común.

Amanecí en mi cumpleaños de buen humor. Desayuné un café y el último pan cochabambino con mayonesa, y partí rumbo a mi entrevista con Fernando Molina, un periodista, escritor e intelectual liberal. Salí de casa y pasé por lo de Carlos para saber si seguía en pie la invitación: desde dentro de casa respondió que “sí” sin decir el “Feliz cumpleaños” que esperaba. Antes de tomar el bus, pasé por lo de mi kiokero-amigo y le mostré mi cédula: no entendió el mensaje y le tuve que decir que mirara mi fecha de nacimiento. También le tuve que preguntar qué día era hoy. “Felicidades”, respondió sin mucha emoción. De todos modos, me fui contento con mi primer saludo hablado. 

Me bajé en el centro de La Paz y decidí caminar las 15 cuadras hasta la entrevista. Teniendo cinco minutos de ventaja, lo llamé a papá quien como siempre no me reconoció la voz. “Feliz cumpleaños”, le dije y comprendió que hablaba su hijo. Hablamos breve, le pedí un favor con la tarjeta de débito que estaba bloqueada y nos despedimos con su preocupación de que la pasara con alguien: no quería que se repitiera mi Año Nuevo solitario.

Llegué a la entrevista cinco minutos tarde. La secretaria me explicó que había fallecido el suegro de Fernando y no podría venir. Mala leche. Le pedí me obsequiara algunas de las publicaciones y recibí cinco ejemplares. “Los tomo como regalo de cumpleaños”, dije a propósito y recibí mis segundas felicitaciones. Salido de la Fundación, llamé a Jorge Viaña, otro intelectual que el día anterior me había dejado plantado. “Llegué tarde”, se sinceró sin excusas y convenimos en encontrarnos una hora y media más tarde. Teniendo tiempo, la llamé a Florencia para comentarle que no iba a poder juntarme a la noche y si quería almorzar. “Feliz cumpleaños”, respondió automáticamente y me invitó a que pasara por su casa que quedaba a 15 cuadras. Cambiados mis planes, llegué a un departamento precioso y tomamos unos mates. Le comenté que me iba a encontrar con Jorge y, dado que ella me había pasado el contacto y lo conocía, se sumó al encuentro.

A partir de las 11.00 comenzaron a llegar los mensajes.

Jorge sugirió un muy buen restaurant. Comimos Fritanga y otro plato que no recuerdo, pero incluía charque (carne seca) y ranga (mondongo) que estaban muy buenos. El almuerzo fue genial: nos reímos mucho, intentamos convencer a Florencia de ir al Carnaval de Oruro y, en un lindo gesto, invitaron el almuerzo. Salimos y comenzamos a hablar de la política actual, mientras íbamos a tomar un helado. Florencia se excusó porque debía ir a la biblioteca y el domingo es su último día en La Paz. Jorge y yo fuimos por un helado para realizar la entrevista. La charla fue muy interesante desde el camino y le pregunté si le molestaba que lo entrevistara mientras caminábamos.

La entrevista fue muy buena: una posición crítica, aunque no radical.

Nos despedimos a las 16.00 tras comer un cuarto de helado de mora, mango, chocolate y frutilla. Me recordó que a las 19.00 se encontraba en el Café Alexander con otros intelectuales para charlar. Sabiendo que debía encontrarme con Carlos dije que no aseguraba nada, si bien moría de ganas de vivir esa experiencia. Antes de irme, agradecí: “Hiciste que mi día de cumpleaños esté marchando genial”.

Me fui a regalarme un libro a la librería Plural que quedaba a un par de cuadras. La tarjeta de débito funcionó. “Lo nacional popular” de Zavaleta Mercado ya forma parte de mi biblioteca de más de 30 libros bolivianos (la mayoría regalado por Fundaciones), los cuales no sé cómo haré para llevar en el avión.  A fines de matar el tiempo hasta las 19.00 me conecté para leer los mensajes de Facebook.

Llegué a Alexander justo al mismo tiempo que Jorge. Al lado suyo estaba Oscar Vega, un intelectual groso, que había formado parte del ya roto y prestigioso Grupo Comuna junto a Álvaro García Linera, Raúl Prada (quien ya me dejó varias veces pagando, incluido este día) y Luis Tapia. Me presenté como “novato” y, con mucha humildad, Oscar se interesó por mi tema de estudio. Con cortesía, me propuso que cuando quiera podía entrevistarlo. Me despedí de él y de Jorge, agradeciéndole nuevamente por las lindas cuatro horas que habíamos compartido. Jorge me recordó su invitación a pasar un día en su casa.

Caminé las 20 cuadras que me separaban de la parada de colectivo: las cuadritas que van desde la Plaza Avaroa a la Iglesia de San Francisco son preciosas y me hacen sentir vivo. Tomé la Z (el colectivo verde manzana que me lleva a El Alto) esperando no llegar muy tarde para encontrarme con Carlos. Ni bien avanzadas cinco cuadras (lo cual demoró como 10 minutos: el tránsito acá es un caos) una punzada en el estómago me mató. Acostumbrado, especulé con aguantar, pero el dolor insistió. Pensé que sería mejor bajar en el centro y no en la oscuridad de El Alto (también confieso que lo dejé a la solución de par “sí”, impar “no”, según la hora del celular). “Me bajo”, dije, como se suele decir ante la inexistencia de timbre y bajé justo frente a una pastelería que me cedió su baño. Lo tomé como una señal.

Tomé una nueva Z en medio de una lucha con otras 15 personas por poder subir al bus (nunca hay cola dado que el colectivo para en cualquier lado) y llegué justo a las 21.00 a casa. Llamé a la puerta de Carlos y no estaba. Dejé dicho a su hija que cuando llegara subiera. Aguardé. Me tomé los restos de la sopa de ayer. Comencé a redactar este post pensando que mi día de cumpleaños así terminaría. Hice un stop de una hora en la parte de Oscar Vega para cocinar mis lentejas a la española y aquí estoy.

Siento que pasé un día genial y súper acompañado. Sin embargo, pensándolo bien sólo tuve compañía durante cuatro de las 24 horas que duró mi cumpleaños (como duran todos los cumpleaños). De todos modos, me había blindado para pasarla solo y esas cuatro horas fueron mucho para un gringo solitario.

Una amiga que quiero mucho me dijo hoy por mail que en mis relatos ve que estoy apuntando al carpe diem. Creo que como tantas otras veces tiene razón. Los pocos años que tengo y las pérdidas, me enseñaron lo importante de disfrutar la vida, de sonreír, de respirar, de vivir, de disfrutar hasta las lágrimas y la tristeza.

Bolivia me está enseñando mucho más.

Siendo las 00.19 horas del día después de mi cumpleaños, me dispongo a comer un platito de mis lentejas.