31 diciembre 2011

Año nuevo

Argentina: domingo 1° de enero 00.38
Bolivia: sábado 31 de diciembre 11.38

Desde que decidí que mi avión saldría antes de año nuevo, me puse en la cabeza que quería pasar esa fiesta con una familia aymara (o en su defecto en un hostel). El destino (y no tanto) me trajo a El Alto, ciudad de migrantes aymaras. Ni bien llegado le dije a Ovidio que quería pasar año nuevo con él. Hace dos días se lo volví a repetir.

No lo vi a Ovidio ni ayer ni hoy y su celular no contestó. 

“Pasarás año nuevo solo Dami”, concluí a media tarde.

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Hoy (o ayer) me levanté mal. Una cagada porque pensé que después de mi “casi-bien” del viernes ya habían quedado atrás los malestares. Me fui a almorzar a un lugarcito cerca donde casi ni toqué la comida. Era un caldo con cordero, pollo y un huevo duro que no toleré. Todo me da asco. Me siento una de esas conchetas que hacen sus viajes  hippie-chic al norte y no les gusta ni la gente, ni la comida y sólo buscan Mc Donalds. La comida me está resultando un problema, cosa que no pensaba.

La tarde pasó rápido entre internet y mails, y me preparé para un Año Nuevo solo. En casa todavía tengo las verduras que compré el martes y la carne está en la heladera de Ovidio (no tengo heladera, by the way). Me dispuse a planear la misma cena de hace tres días, pero con un poco más de onda: me compré un caldito de carne. Intenté buscar arroz para la sopa-puchero, pero era tarde y tenía que caminar para donde Ovidio me dijo que es peligroso. 

Pensé pedirle a mi vecina Alicia, pero no estaba, hasta que me terminé contentando con un arroz del plan social de Bolivia que está en mi cocina desde vaya a saber uno cuándo. Me sentí un poco mal de que un clase-mediero argentino tomara comida destinada a una familia pobre boliviana, pero me auto-convencí de que estaba ahí abandonada y que, de todos modos, lo iba a reponer, si bien es una “bolsota” de 3 kg.

El arroz del plan social boliviano que usé para mi cena de Año nuevo.

En el interín me llamó mi viejo. Mi vecina, Alicia, bajó a avisarme y subí esperando un segundo llamado. Papá estaba preocupado por cómo estaba, pero sobre todo, por con quién la iba a pasar. Le mentí diciendo que estaría con otra gente para que no se quedara mal. Medio que me quebré entre que cortaba con él y me pasó con la abuela, pero, a pesar de rubiecito, me la banco y las lágrimas volvieron a entrar. 

Vicente me comentó varias veces sobre aquel Año Nuevo que tuvo que trabajar como mozo y lloraba mientras brindaba. Años más tarde, su hijo pasaba lo mismo en otro país, pero con lágrimas aguantadas.

Corté pensando que tal vez Año Nuevo sería más difícil de lo que pensaba, mientras Alicia, que había escuchado la charla, me acercaba ibuprofeno para el dolor de cabeza que no se me va. Maldito sorojche!


Leí un capítulo más de la biografía de Martín Sivak sobre Evo Morales, "Jefazo", y paré a la mitad para hacer la sopa-puchero. Mientras veía mis verduras cocinarse en el caldo sabor a carne, me acordé del matambre arrollado y del pecceto (¿se escribe así?) que había hecho mi abuela hace una semana. “Así valoro más lo que tengo”, pensé.

Terminé de comer y cayeron algunos mensajitos. “Muchas felicidades y los mejores deseos para el año que comienza, los quiero mucho, mucho. LILI”, de mi suegra. “Vamos 2012 por los objetivos gringo”, de mi viejo. Un tercero muy lindo e inesperado de mi hermano: “Muy feliz año en las alturas, que te mejores y tengas un excelente año y una muy buena tesis”. Y finalmente el prometido por Nati en nuestra charla previa por FB: "Feliz año! Querido! Te mando un beso grande grande! Buen comienzo!". 


A las 00.01, hora argentina, abrí la cerveza Paceña natural (así se toma en Bolivia y, además, no tengo heladera) y, simbólicamente, la levanté por mi gente de Argentina.

Sin mucho por hacer, pensé que el mejor modo de empezar el año era continuar escribiendo el marco teórico de la tesis (Antonio Gramsci me está demorando, pero cuando termine flor de marco teórico va a ser). Ojeé algo, pero nunca funcionó. Agarré el Word y hasta acá llegué.

Acá ya suenan los cohetes. Feliz año a la distancia.

Argentina: 01.00
Bolivia: 00.00

30 diciembre 2011

Por fin en Bolivia…

Tras una madrugada complicada con dolor de cabeza (a las 4 de la mañana la “técnica del ta-te-ti” me hizo elegir la Cafiaspirina en lugar del Ibupirac), me levanté casi-bien, lo cual significaba una diferencia sustancial respecto a los días anteriores. Me levanté “tan” casi-bien que decidí hacer dos cosas: 1) bajar a La Paz a hacer llamados y empezar a localizar lugares para las entrevistas de la tesis (ministerios, sindicatos y todo aquello que sirva) y, 2) pegarme una ducha.

Desayuné lo que será, casi seguro, mi fin-de-ayuno diario: “mate” (té en lenguaje andino) de coca con galletitas “Gauchitas” (muy parecidas a las Criollitas) y un vasito del “irresistible” Tampico “citrus punch”, una mezcla de jugo de naranja, mandarina y limón que le pasa por arriba al Cepita y al Baggio.

Acto seguido, me dirigí a la ducha. Desde el martes a la mañana antes de subirme al avión que no me bañaba. Creo que después de sacármela, mi remera (la misma que llevo puesta desde el martes a la mañana) aplaudió sola. Parecerá sucio, pero bañarse con agua fría, con una ducha eléctrica dudosa y a una temperatura ambiente de entre unos 10 y 15 grados es una misión que sólo podía hacer estando casi-bien y no en mis condiciones de los días anteriores.



Las duchas eléctricas son una constante del territorio andino. Las había usado en el Noroeste Argentino y recordaba que debía tener cuidado porque a veces pegan patadas. Lamentablemente, esta no anduvo en toda mi estadía.

Al grito de “Gerónimo”, abrí la ducha y en diferentes poses de parabólica pude ir mojando y pasando jabón. Mientras me mojaba la cabeza, pensaba: “No hago más esta boludez”. Señal del frío del ambiente fue una imagen medio-gay que me remite a mis años de futbolista de divisiones inferiores: en invierno, durante el entretiempo, a los 11 que habíamos jugado nos salía vapor del cuerpo, lo cual daba una fotografía bastante pintoresca. El mismo vapor salía de mi cuerpo con el agua fría y los pocos grados que me rodeaban. “I’m so sexy!”

Feliz y con olor a no-sucio, bajé a La Paz. Como Ovidio no estaba (le tengo que decir que arregle esa ducha), fui caminando y preguntando cómo llegar a La Paz. Tras seis consultas llegué a buen puerto y un “bus” (una mini-combi) me dejó a dos cuadras de Plaza Murillo, la Plaza de Mayo de Bolivia. No sé por qué, pero ver la Plaza y el "Palacio Quemado", como se llama a la Casa de Gobierno, me hizo sentir que realmente había llegado a Bolivia.



El Alto es una ciudad aymara que queda 500 metros más arriba que La Paz. La imagen visual es como si fuera un embudo. Todos las mañanas bajaba a hacer mis entrevistas y me volvía con la caída del sol como si fuera una jornada laboral

Lo primero que hice en La Paz fue buscar cambio, pero fue imposible conseguir $AR1 a $BO1,6 como en Argentina; lo mejor que pude conseguir fue a $BO1,30 (los que vengan a Bolivia cambien en Argentina o traigan dólares, si pueden, U$S 1 = $BO 6,92). Una vez resuelto el problema del dinero almorcé un calzone que la rompió (necesitaba comer comida “gringa”). Con la panza llena, me pude comunicar con algunos de los futuros entrevistados que me pasó Hervé, mi director de tesis, e hice contactos con la Central Obrera Boliviana (COB), la Confederación de Mineros Bolivianos (COMIBOL) y la Vicepresidencia (si bien difícil, me gustaría hacerle una entrevista a Álvaro García Linera). La minita del Banco Central fue muy ortiva: “Puede leer libros sobre los cambios económicos”. ¿En serio? Si quisiera leer más libros no le estaría preguntando.

Satisfecho, fui en busca de la oficina de turismo que me iba a decir cómo volver a El Alto. Parecerá medio idiota, pero no es tan fácil con cinco mil “buses” y “micros” que tocan bocina y te invitan a subir. Cuando encontré la oficina, ya había cerrado. De todos modos, era temprano tal cual el plan: si me agarraba la noche en plena vuelta a un lugar todavía ignoto me iba a cagar todo… “Si tan sólo tuviera un mapa” o internet que me permita ver el Google Maps.

Estudié durante 10 ó 20 minutos el caos del tránsito boliviano a la espera del 350 ó el 381, como me habían dicho, pero nunca aparecieron, y tras preguntarle al quinto policía, me decidí a ir a La Ceja, el centro de El Alto y zona calificada como peligrosa; de ahí debía tomar uno más. Me bajé en La Ceja y me dijeron que para Villa Dolores iba bien, pero mejor tomar un micro. Estaba en la Avenida 6 de Marzo y la Calle 1: “Si tengo que ir hasta la 10, sólo es cuestión de subir”. 

Pateé cuidando mi oxígeno y mis cositas (Ovidio me dijo que hay muchos ladrones), hasta que vi pasar un avión cerquita. Buena señal, mi departamento queda a tres cuadras del Aeropuerto (algo medio peligroso). Me crucé con una mega-feria: desde comidita  (N de R: en Bolivia usan mucho el diminutivo y se me va pegando) freída en el momento, hasta jeans o consolas de video juegos estilo el viejo Sega). Siintiéndome cerca de destino, empecé a preguntar por la Cancha Maracaná. “Acá cerquita”, me respondieron. Mientras caminaba, dos chicos más que habían escuchado mi pregunta me “re-guiaron”. De repente, me choqué con “casita”.

Ya son las 19:19 y hace cinco minutos oscureció. Tres días después de llegar y sintiéndome “casi-bien”, me siento por fin en Bolivia.

29 diciembre 2011

Boliva 1 - Dami 0

Miércoles 28 de diciembre (20:21)

Escribo estas primeras líneas con la piel de gallina, los ojos doloridos, vestigios de dolor de cabeza y, hasta hace muy poquito, náuseas que desencadenaron en dos vómitos: en el primero tuve que correr hasta el baño (¡pero llegué! Generalmente lanzo a mitad de camino); el segundo me agarró en plena caminata por la feria en busca de ALGO contra la altura, mi estómago no pudo aguantar los múltiples olores a fritos y corrí hacia la alcantarilla más cercana. Todos me miraron. Los 4000 metros de altura de El Alto fueron demasiado para un “gringo” recién llegado desde la llanura.


Vista desde la venta de mi habitación en El Alto. Las construcciones suelen ser verticales y con ladrillo a la vista para disminuir costos. La primera impresión me hizo acordar a la Villa 31. 


La llegada a Santa Cruz de la Sierra (500 metros sobre el nivel del mar) fue noble. Ya desde el aeropuerto me hice amigo de tres chicos que venían a grabar un documental. Me unieron al grupo y fuimos juntos hasta la terminal de ómnibus que nos llevaría a La Paz. Almorzamos, jugamos al truco y la “modalidad Facebook” nos hizo notar que conocían a una amiga de mi novia.

El viaje en micro fue cruel. Primero nos enteramos de que el viaje demoraba 15 horas. Segundo, al ser llano, en el departamento más rico de Bolivia sí se siente el calor: se siente aún más si uno duerme una siesta y se levanta sudando y notando que el chofer nunca prendió el aire. Tercero: paramos a comer a las 18.00 de la tarde. Finalmente, durante la madruga, la pre-llegada a La Paz nos mató: las camperitas que teníamos no eran suficiente contra el frío de la altura.

Llegué a El Alto a las 7.26. La Paz tiene forma de embudo y El Alto queda 500 metros más arriba. Dado que la mayoría de su población son aymaras migrantes del campo a la ciudad, algunos autores lo definen como una bisagra entre ambos mundos. Ovidio, mi “alquilador” (no recuerdo cómo se llama al dueño de un departamento en alquiler) me pasó a buscar “20 minutos más tarde” que fueron un poquito más. Por suerte, la hostilidad andina fue opuesta a la amabilidad de Ovidio y su esposa, Rosa.

Mi cuarto es precario como suponía, pero tiene una cama de una plaza y media que tuve que cubrir con cinco “camas” (frazadas) para no sufrir el frío: cualquier parte de mi cuerpo que quede por fuera de las frazadas lo sufrirá. Un ropero caído, un sillón que nunca usaré, una buena cómoda que ya cubrí de cositas y una amplia vista acompañan la cama.

Sorojchi Pills: las pastillas contra la altura. Las había tomado por primera vez en el Salar de Uyuni dos años antes, pero esta vez no tuvieron el mismo resultado. Debí haberlas tomado en el micro.














Al rato de ordenar mi cuarto, Ovidio y Rosa me acompañaron a la feria, sobre la cual hablaré en otro momento: es una venta informal-mayorista, donde las papas, las cebollas y demás verduras se amontonan. Prometo un lindo post de color al respecto. A la vuelta a casa, procedió el malestar y las muchas horas en la cama. Me tomé una pastilla llamada Sorojchi (que ya tomé una vez en los 5000 metros del Salar de Uyuni) que es bien de dibujitos: una capsula grande, roja y blanca, que dice contener 325 miligramos de ácido acetilsalicífico (o algo así), 160 de salófeno y 15 de cafeína.

Ya son las 20.41 y me dispongo a olvidar las nuevas náuseas con sueño. Parece que no, pero a la distancia los malestares duelen más.


Adioses