09 noviembre 2014

El trabajo, los cuerpos y la infelicidad

Eran las 8 de la noche. Recién salía del trabajo. Orgulloso. Había entrado a las 9 de la mañana. Casi 11 horas trabajando. Y me crié con la premisa de vivir para trabajar. 

Subí al colectivo que me llevaba a casa y me crucé a una amiga. En diez años de amistad, nunca la había visto con tantas ojeras. Estaba muerta de cansancio. "Pobre", pensé. Me contó que estaba con mucho laburo y estudio. Pero en un momento no la pude escuchar más. Me di cuenta de que ella era mi reflejo. Estaba ella -estaba yo- gastando su -mi- cuerpo por algo que no le -me- hacía feliz. 

Al otro día salí a las 6 de la tarde. Como todo el mundo. La cola del colectivo interminable. La espera. Un conjunto de cuerpos cansados e infelices nos metimos por la fuerza al bondi. La fortuna era tener un asiento para poder leer. O poder hacer dormir al cuerpo gastado. Y al otro día lo mismo. Y al otro día lo mismo. 

Y en un momento me di cuenta de que en el futuro quería vivir de algo que me hiciera feliz.

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