02 agosto 2018

Carta de un amigo católico a favor a un amigo católico en contra

La siguiente carta parte de una premisa: la legalización del aborto implicaría un cambio de paradigma que precisa del mayor consenso posible, aún después de sancionada la ley. Entiendo que el debate posee tres ejes de discusión: una cuestión de salud pública, el derecho de la mujer sobre su propio cuerpo y las diversas miradas sobre el comienzo de la vida humana. Si bien invisibilizar los dos primeros ejes es violento para con las mujeres, el amplio y heterogéneo movimiento a favor de la legalización ha desplegado sobrados argumentos en esos debates. Por esta razón, en búsqueda de un mayor consenso, esta carta está dirigida a los amigos católicos que están en contra de la legalización, pero que son respetuosos de las creencias personales de nuestros prójimos. Como ya lo hemos hecho antes con el divorcio y el matrimonio igualitario.



Le escribo, querido amigo, porque he sentido su tristeza después de la media sanción a favor de la legalización del aborto. Porque conozco muy bien la tristeza de la derrota. Más de una vez. Porque su tristeza es sincera. Y porque soy empático con el dolor de las y los otros. Y porque siento que tal vez estas palabras pueden contribuir a morigerar ese dolor.

Comencemos con la honestidad intelectual, esa honestidad que explica desde dónde hablamos: soy un católico desde la cuna que apoya la legalización del aborto. Como en la mayoría de los temas, no soy neutral ni me propongo serlo. Escuchemos la inexistente neutralidad de quienes esconden su subjetividad e intereses en una falsa objetividad. A partir de aquí usted sabrá apreciar las palabras que siguen.

Como católico desde la cuna, creo tener el pedigree completo: mi familia es católica, de chico mi abuela me hacía rezar el Padre Nuestro y el Ave María antes de dormir la siesta; tengo estampitas desde la billetera a la heladera, incluso en un parcial le regalé una de San Expedito a una educanda; fui bautizado, tomé la comunión y también estoy confirmado; me formé en una escuela católica y no reniego de ello; recé (casi) todas las noches hasta los 23 años; admiro al Papa Francisco y me siento muy representado por la Teología de la Liberación y los Sacerdotes del Tercer Mundo. Finalmente, antes de cada acontecimiento importante le pido a mi vieja que me acompañe, es decir, que soy católico por cultura y por necesidad: fui formado en un entorno católico, pero también tengo la necesidad de creer en que hay algo más después de la muerte.

En fin, soy católico y como todo católico creo que la vida humana comienza desde la concepción: desde la unión entre óvulo y espermatozoide. Si bien siempre creí que esta era una verdad absoluta, en los últimos años comencé a percibir que tal vez más que una verdad intocable era una cuestión de fe. Una cuestión de fe que, al igual que usted, no permito me la discutan. Desde aquí comienza mi argumentación.


¿Patos o conejos? ¿Pelícanos o antílopes? ¿Qué ve usted? Elija cual elija: tiene razón.

Por mis intereses, en los últimos años he conversado con bastante gente en torno a la discusión sobre el aborto. Mis preferidas han sido con extranjeros y extranjeras por una razón: los que viajamos aprendemos que hay muchos modos de ver el mundo. La nuestra es una más entre tantas posibles. Y uno tiene dos opciones: o encerrarse en la mirada de uno o, escuchar, aprender y respetar. Y de este modo han sido mis diálogos con varios europeos que es el continente que más ha avanzado en torno a la legalización. Podría decirle que aprendí mucho de sus opiniones, pero en verdad, aprendí más de sus respetuosas preguntas y sus respetuosas reacciones: ellos intentaban entender cómo un católico formado en las ciencias sociales y progresista estaba en contra del aborto. A la distancia hoy entiendo lo llamativo de esa contradicción.

Les decía que hay muchos modos de ver el mundo. Es más, en epistemología leemos a un tal Norwood Hanson que en medio de una revolución epistemológica encabezada por Thomas Kuhn planteó una frase que para mí hoy es bandera: “Observation is theory laden”. O sea, “la observación está cargada de teoría”. ¡Un frazón! El filósofo sostiene que cuando vemos no todos observamos lo mismo. Una cosa es el acto de ver que significa la impresión de una imagen en nuestra retina, pero otra cosa muy diferente es observar. ¿Por qué? Porque nuestra observación depende de nuestras experiencias pasadas, de nuestras ideas, de nuestros gustos o de nuestra religión. 

Pongamos un ejemplo: aparece un jugador con una camiseta con una banda roja en el pecho. Mientras Rodrigo celebra “El más grande sigue siendo River Plate”, Juan insulta “Te fuiste a la B por puto y cagón”. Ambos ven la camiseta de Riber, pero observan cosas diferentes. Es más, para un futbolero a secas lo recién escrito es un claro ejemplo que no presenta conflicto. En cambio para quienes estamos formados en el respeto a la diversidad sexual, la frase en rojo es una falta de respeto a las minorías sexuales. O para un hincha del segundo club más importante de Argentina la palabra en verde es una burla. Y así.

En fin: la observación depende de nuestra experiencia. Donde usted ve pelícanos yo veo conejos. Y los dos tenemos razón. Es simple. Lo complejo es aplicar esta teoría al inicio de la vida humana. 




Es complejo porque en un momento de la discusión apelamos a la ciencia. Vamos una vez más: para los católicos este momento ocurre cuando se unen el óvulo y el espermatozoide. Y existen estudios científicos que sostienen esta creencia a través de la existencia de un nuevo ADN. Sin embargo, no es el único modo de ver el comienzo de la vida humana. Para otras personas la vida humana comienza cuando el feto tiene sensibilidad. Y también existen estudios científicos que confirman esta posición con la conformación del sistema nervioso a los tres meses de gestación. 

En síntesis: existen estudios científicos que apoyan una mirada como la otra. Por eso planteaba que el comienzo de la vida humana es una cuestión de fe: la ciencia no tiene un consenso. 

Vamos más allá: tampoco las religiones tienen un consenso: ni el judaísmo ni el Islam ni el budismo ni el hinduismo coinciden en torno al comienzo de la vida humana. Y no quiero ponerme instucionalista, pero el artículo 14 de nuestra Constitución señala que todos los habitantes de la Nación gozan del derecho a "profesar libremente su culto". Es más, en sus 2018 años, la postura de la Iglesia católica sobre el aborto no es monolítica: bajo la teoría de la hominización tardía, San Agustín de Hipona y Santo Tomás de Aquino entienden que el aborto temprano no es homicidio porque el feto aún no tiene alma. La Iglesia recién se opuso terminantemente al aborto en cualquier etapa de gestación a partir de la bula papal Apostolicae Sedis del Papa Pío IX en el año 1869. Hace sólo 149 años. Si viviéramos en 1850, habríamos podido abortar tempranamente sin que nuestra Iglesia lo considerara un homicidio.

De vuelta: sin acuerdo científico ni acuerdo entre las religiones, el comienzo de la vida humana es una cuestión personal. Depende de nuestras creencias. Es una cuestión de fe. 


 

La pregunta importante para mí es: si los católicos deseamos que respeten nuestra fe, ¿por qué no respetar la creencia de los otros? ¿Por qué obligar al resto a que piensen igual que nosotros? ¿Por qué razón pedir que la ley de un país laico castigue a los no católicos que no coinciden con nuestras creencias? Exigir respeto a nuestras creencias también debería implicar respetar las creencias de los otros.

Y más aún porque sería bueno pensarlo: ¿estamos tan seguros de que tenemos toda la razón sobre el comienzo de la vida? A mí me lo enseñaron así desde chico y creo que suena muy lógico. Pero, ¿y si tienen razón las otras religiones o los otros estudios científicos? ¿Nuestra Iglesia nunca se equivocó? Todos sabemos la respuesta: desde la Inquisición hasta el genocidio de los pueblos originarios en Latinoamérica, los católicos hemos cometido grandes errores. Por no decir crímenes. Tanto el Papa Juan Pablo II como  el Papa Francisco han pedido perdón por estas equivocaciones históricas.

Los católicos tenemos un mandamiento hermoso, que más que un mandamiento es una filosofía de vida que los no católicos que cuestionan nuestra religión no saben apreciar: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Para mí eso es un llamado a la solidaridad con los que sufren. Sin embargo, pensándolo un poco más, tal vez también sea un llamado a respetar la humanidad de nuestro prójimo. A respetar su cultura. A respetar sus creencias. Los católicos nos hemos equivocado mucho durante nuestros más de 2000 años de vida: tal vez sea el momento de aprender de nuestros errores y amar a nuestros prójimos como a nosotros mismos. Respetando sus creencias. Del mismo modo que deseamos respeten la nuestra.

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