08 enero 2014

La francesa

Se llamaba Agata y se escribía más o menos así: "Agathe". Tenía 22 años, era francesa y agrónoma. Pudiendo laburar para una multinacional, eligió la rama más ideológica: la agroecología. Había recibido una mención especial en la escuela y con veintipocos había viajado a estudiar a México. No sé si les dije, pero siempre admiré a esos jovencitos que se van a otro país. Y claro, me habría encantado ser uno de ellos.

Le sugerí que al lado de una mujer zapatista dibujara una estrella y el EZLN. Lo hizo y dijimos que fue un dibujo de a dos.

Sentí que ella buscó hablarme, si bien más tarde me diría que no fue así. Nos matamos hablando en el Caracol de Morelia durante el primer día de la Escuelita Zapatista. En una de las charlas se molestó un poco con uno de mis chistes y así descubrí que era feminista. De esas que están en contra de la depilación. ¿Por qué tanta exageración?

Al segundo día nos separamos, ella fue a la comunidad 10 de abril y yo a Nueva Reforma. Confieso que me habría gustado mucho compartir el mismo pueblo, pero el destino no lo quiso así. "No me extrañes", le dije a lo argentino y una vez más volvió a sonreír. Durante los tres días en Nueva Reforma me pregunté qué sería de la francesa. 

Los de Nueva Reforma fuimos los primeros en volver al Caracol. Desde el no-frío del auditorio la vi llegar y bajar de su camioncito, pero no la fui a buscar, claro. Nos vimos más tarde y sonreímos. A partir de ahí no nos despegamos. Nos sentamos juntos y vimos sus hermosos dibujos. Mientras usaba su pluma, le sugerí que al lado de una mujer zapatista dibujara una estrella y el "EZLN". Lo hizo y dijimos que fue un dibujo de a dos.

Hablamos más. Sonó la canción de Silvio Rodríguez que me recomendó mi amigo Ernesto y lo vi como una señal. Me contó que había estado de okupa durante cuatro meses en Francia y que en los veranos se iba durante 30 días a un pueblo cerca de la costa francesa para reconstruirlo con sus materiales originales. Volví a pensar que tenía sólo 22 años.

La hice reír más y aceleré un poco. Una mujer zapatista llamada Lorena me festejaba todos los chistes. Le hablé de Gramsci y lo anotó junto con los otros autores que le recomendé en nuestra primera charla: Paulo Freire, Michel Foucault y alguno más.

A la noche bailamos juntos varias horas. Soy un gran bailarín, no sé si les dije. Mentí respecto al "estilo latino" para acercarme más. Siguió riendo. La música terminó temprano, pero pedimos a nuestros votanes si podíamos seguír hablando.

"Hacía como dos años que no sonreía", me dijo y me hizo sonreír. Después de varios minutos su votana interrumpió la charla y nos fuimos a dormir. Separados, claro.

Al otro día nos sentamos juntos en la vuelta a San Cristóbal de las Casas. Nuestras manos estuvieran todo el tiempo juntas. "Estás usando la teoría de construcción de poder gramsciana", sonrió. Llegamos a "San-Cris" y nos tuvimos que despedir. Bajo el sol de la montañas del sureste mexicano, me dio un beso en la mejilla y me regaló un "gracias" melancólico.

Cinco horas después nos reencontramos en un bar. "Me gustó compartir la Escuelita con vos", rescaté de entre muchas palabras y unas Bohemias. Cinco horas después escribo esto en su libreta de dibujos. Justo ahora ella lo lee.

El destino es encantador cumpa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario