10 mayo 2015

Margarita, el hambre y la educación

Hay frases que a uno le quedan en la cabeza. Y nunca las olvida. Podría señalar varias de ellas escritas en algún libro que alguna vez leí. Esas frases son inmortales porque la escritura permite romper el límite temporal de la palabra hablada. Sin embargo, debo confesar que la vida -y las personas- me han hecho apreciar más a las otras. Las que tienen voz. Las que se dicen y mueren con pasión. O con sensibilidad. Las que te perforan el corazón y te estaquean a la tierra. Frente al vacío del próximo segundo. Esas frases viven y sobreviven porque por nada del mundo las dejaremos morir.


"Nadie puede hablar del hambre cuando nunca la pasó. Es inexplicable tener hambre. Hay chicos que tiene hambre. Y se acuestan con hambre. Y se levantan con hambre. Lo he vivido. El tener hambre y estar solo te lleva a una enorme tristeza". Foto: TN.com.ar

Nunca viví el hambre. Y, por lo tanto, puedo decir que no la conozco. Pero una vez, una persona muy especial me la enseñó. Con las palabras. Roxana es una vieja amiga de la familia. Cuando mi abuela estaba enferma, era de las pocas personas que reconocía. También fue una de las mejores amigas de mi mamá. Y sufrió con ella hasta el último momento. Cada tanto me la cruzo en el colectivo y, en las cuadras finales, antes de bajarnos, hablamos de ella. Como haciendo catarsis. Como intentando sanar algo que nunca dejará de doler.

La cuestión es que yo era chico. Me recuerdo en la puerta de casa. Despidiendo con mamá una de las tantas visitas de Roxana. No me pregunten de dónde venía la charla, pero de repente me miró a los ojos y gatilló: "Dami, vos no sabés cómo duele el hambre". Ustedes no se van a imaginar el dolor de su mirada. El suelo desapareció. Imposible encontrar las palabras para explicar lo que esos ojos decían y lo que a mí me provocó.

Ya unos años más grande, me encontré en la municipalidad de Lanús. Íbamos con el amigo Fafo a entrevistar al entonces intendente para un trabajo de la facultad. Eran meses después de la crisis de 2001 y su impacto aún se palpaba fuerte en el Conurbano. Esperábamos a ser atendidos cuando entró un hombre enojado. Entendimos que reclamaba un pago que no le habían hecho. Y de vuelta el abismo: "Es fácil hablar con la panza llena". Horas más tarde Fafo me decía que tampoco podía olvidar esas palabras que aún retumbaban.

Esas dos frases y algunas experiencias de vida más, me hicieron entender que no hay peor dolor para una almita que el hambre. Para quien intenta calmarla comiendo tierra. Para quien sufre ese dolor en la panza día a día. Para la madre que ve el hambre en las lágrimas de su hijo. Para quienes somos testigos silenciosos en una esquina fría de la ciudad. O para cualquiera que tenga corazón y sufra con el dolor de los que sufren.

Con esta idea de fondo, junto a los profesores Fernando Gorza y Edgar Zavala invitamos a Margarita Barrientos a la facultad. Con algunos educadores-amigos queremos que los chicos no sólo se formen teórica y prácticamente, sino también desde el costado humano. Que conozcan otras realidades. Que se enriquezcan como personas escuchando a los que día a día construyen un mundo mejor. Dejar de lado los "casos de éxito" y que busquen algo más que una profesión para llenar sus bolsillos.

Tras la presentación, llovieron las preguntas. Fueron tantas que hasta tuvimos que pedirles disculpas a los chicos porque nos olvidábamos quiénes y en qué orden habían levantado la mano. Los educandos estuvieron muy bien: escucharon con atención y preguntaron sobre el comedor, la labor diaria, su relación con la política, y su visión sobre las villas, los planes sociales, la violencia y el narcotráfico.

La fundadora del Comedor Los Piletones nos dijo que su sueño era que no existieran los comedores y que ella no tenía por qué elegir qué iban a comer otras personas. "No te tiene que sobrar para dar. Te tiene que faltar para que des", dejó boyando al hablar de la solidaridad.

Y tras más de una hora de conversa llegamos al final. Pero todavía quedaba una pregunta por hacer: "Venimos hablando del hambre, pero ninguno de los que estamos acá la vivimos. ¿Qué es y cuánto duele el hambre?".

Margarita se emocionó. No pensé que habiendo sufrido tanto el hambre, se emocionaría ante su recuerdo. Debe ser que el dolor vivido nunca se va del todo. Que queda dando vueltas en un huequito de nosotros. Y que está siempre dispuesto a recordarnos la angustia que en algún momento inundó nuestras gargantas.

Y Margarita se emocionó. Unas lágrimas asomaron, no aguantaron y rodaron por las mejillas. Las secó con su pañuelo de tela. Siguió hablando. Y nos conmovió a todos. Y me dejó una nueva frase para sumar a la memoria. Para no dejarla morir. Para replicar:

"Nadie puede hablar del hambre cuando nunca la pasó. Es inexplicable el tener hambre. Por ahí ustedes tienen hambre y, salen y compran un sanguchito. Pero hay chicos que tienen hambre. Y se acuestan con hambre. Y se levantan con hambre. Lo he vivido. He pasado muchísimas veces hambre. Yo creo que el tener hambre y estar solo te lleva a una enorme y terrible tristeza. Muchas veces me preguntaron si me quedé con rencor al sufrir tanta necesidad. Yo creo que haber pasado tanta necesidad me hizo fuerte en muchas cosas".

Los chicos terminaron la charla con un aplauso cerrado. Al terminar la clase, un grupo de chicas me plantearía una propuesta que, dos semanas más tarde, se plasmaría formalmente en esta carta. Con gente como Margarita y jóvenes comprometidos con lo social: ¿cómo no creer en un futuro más bonito para todos?


"El hambre es, sin duda, el peor mal que puede tener un país que es productor de alimentos (...)
Queremos solidarizarnos y unirnos como compañeros en la hermosa tarea que es soñar con algo mejor".

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