15 julio 2016

Las gentes de las calles

Un día nos sorprende verlos en la esquina. Al día siguiente, nos llama la atención volverlos a ver ahí. Al tercero, mientras pensamos cuándo vence la tarjeta, nos preguntamos por qué estarán en la calle. ¿Se habrán quedado sin trabajo? ¿Los habrán echado por ocupar una casa? Al próximo, comenzamos a observarlos. Un poquito nomás. Cosa que no se den cuenta. Y en un momento nos agarra la duda: ¿cuánto tiempo más estarán con este frío? ¡Y pobres nenes! Cómo respirarán el aire frío. No se le joderán los pulmones a la nena que no tiene más de 6 años. Y así llega un día en que los naturalizamos. Esa gente está allí porque estuvo ayer y anteayer. Y siempre estará allí. Porque es gente de la calle. Gente no útil para un modelo económico que regula nuestras vidas. 

Las ciudades son violentas. Nos enseñan a endurecernos el corazón. A abstraernos del dolor ajeno. Con suerte, podemos verlos como personas porque, de lo contrario, sólo serán pobres que afean nuestras calles. No ha sido nuestra culpa, no somos responsables, no nos importan. Que la Policía haga algo. O que sigan desembelleciendo nuestras ciudades hasta que la vida -o la muerte- sepa qué hacer con ellos.

¿Qué culpa tenemos nosotros? Siempre habrá niños repartiendo estampitas, hombres sucios obstaculizando nuestras veredas y mujeres mayores mendigando dignidad. Son las telarañas de un sistema egoísta que nos enseña que el otro no importa. O el reflejo de lo que seríamos si no fuéramos útil para un sistema que fomenta la codicia y degenera la solidaridad. ¿No supieron ser exitosos en la vida? Una lástima. 

Hoy volví a pasar y ya no estaba. Nunca supe su nombre. No importa. Ya pagué la tarjeta. Ya aparecerá otro.

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