14 agosto 2016

La marcha de los pobres

Es 7 de agosto y como todos los años los más necesitados se dirigen al Santuario de San Cayetano a pedirle -o agradecerle- al Santo del pan y el trabajo. ¿Podrá hacer algo cuando los modelos neoliberales creen que el desempleo es una variable para bajar el costo del trabajo? ¿Podrá cumplir cuando algunos creen que los alimentos son un negocio? ¿Atenderá los domingos? Quién sabe. Por lo pronto amaneció lindo. Menos mal porque la gente no suele marchar con lluvia. Tal vez sea una señal que demuestre la dignidad del reclamo.


En la esquina de La Rioja y Chiclana, el 101 no se hace esperar. Es casi tan fiel como el 37. Y 15 minutos más tarde, en la Estación de Once espera una formación del Sarmiento que saldrá hacia el Lejano Oeste. Lejano, al menos para mí, que siempre viví en la Zona Sur. Las estaciones de Once, Caballito, Flores, Floresta, Villa Luro y Liniers pasan por la ventana muy rápido. Ni siquiera se pueden pasar cinco páginas de la crítica de Atilio Borón al monetarismo neoliberal de Milton Friedman. Cuántos deberían leerlo.

La mayoría abandona el vagón y camina hacia la parroquia que queda en la calle Cuzco. Son muchos. La Avenida Rivadavia ya está cortada. Los "compañeros" de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CCC), la Corriente Clasista y Combativa (CCC), Barios de Pie y el Movimiento Evita ya están formados en la calle encabezados por ambulancias y vehículos que acompañarán la marcha. 

Inspirados en "las tres T" del Papa Francisco, los movimientos sociales decidieron llamar a la movilización "Paz, Pan, Techo, Tierra y Trabajo". Y tras una bendición, la marcha comienza pasadas las 9.00. Serán 13 kilómetros hasta Plaza de Mayo atravesando toda la Ciudad de Buenos Aires que los organizadores calcularon completar en seis horas. Demasiado para una movilización y suficiente para volverla histórica.



Los pasos se superponen y los rostros de la humildad hablan por sí solos. Las miradas fijas hacia el frente reclaman justicia. Justicia social. No piden vivir mejor. Ni que les bajen los impuestos como exige la codicia. Menos aún aumentar el ajuste como reclama el egoísmo. Simplemente piden vivir bien. Sólo exigen dignidad. Tener trabajo para ganar el pan con el sudor de la frente.

¿Quién puede estar en contra de ese reclamo?


O dicho de otro modo, ¿quién puede estar a favor del aumento de la pobreza, el hambre y el desempleo?

Liniers, Villa Luro, Vélez Sarsfield, Floresta y Flores: los barrios se apilan en la mañana de la Avenida Rivadavia. De a poquito se suman los dormilones que llegaron más tarde y la movilización se agranda tanto que los baños de las estaciones de servicio recuerdan a los de las rutas en las vacaciones de verano. Algunos comerciantes desinformados cierran los negocios por miedo. Sin embargo, la mayoría demuestra curiosidad. Se para en la vereda, mira cuánta gente y toman fotos con sus celulares.

Pero la solidaridad no sólo está en marchar. A pesar de la invisibilización de los medios, también hay varios informados que salen a los balcones. Algunas señoras golpean su cacerola en soledad o saludan mostrando su adhesión al reclamo. Grupitos de vecinos esperan en las esquinas y aplauden a los manifestantes. Las clases medias aplaudiendo a las clases bajas. Será ese afán de hacer comparaciones que tenemos los cientistas sociales que recuerda al "Piquete y cacerola, la lucha es una sola" de 2001.


El barrio de Caballito está más concurrido. Y Rivadavia se vuelve más angosta lo que provoca que la manifestación se alargue y los vecinos se amontonen en las veredas. Siendo Caballito un barrio más acomodado, intuyo que mi blanco y clasemediero rostro puede servir para comunicar las demandas de las clases populares. Además soy profesor de Comunicación. Cuac. "Estamos marchando contra el aumento de la pobreza, el hambre y el desempleo", repito a los vecinos a pesar de que nunca me gustó repartir volantes.

Algunos miran el volante con curiosidad y los más cálidos agradecen con una sonrisa. Desde ya que no todo es romanticismo. Dos mujeres con sus cabellos bien rubios y los pómulos operados se horrorizan cuando les comunico el reclamo. Más adelante un señor mayor con boina reacciona enojado: "¿Qué me venís con la pobreza, boludo? ¿Ahora me vas a decir que sos católico vos?". Me da pena porque los jubilados son uno de los grupos más perjudicados por el ajuste, pero cómo dialogar con alguien que no va a escuchar argumentos.

Una señora eleva la voz, no quiere recibir el volante, me dice que la pobreza no es de ahora y que el Presidente debe gobernar los cuatro años. Le explico que las estadísticas alertan un fuerte aumento de la pobreza y el hambre debido al aceleramiento de la inflación en alimentos y los despidos de los últimos meses. Agrego que no se exige que el Presidente renuncie, sino que cambie sus políticas neoliberales: "Señora yo soy de clase media y no me falta nada. Marchamos en solidaridad con los que menos tienen y la están pasando muy mal". Con las bolsas de las compras en las manos, la vecina me explica lo que piensa. La escucho y me escucha. Sonrío y sonríe. "Adiós Azucena, un gusto". "Lo mismo digo, Damián".





























Quedó atrás el mediodía y a la altura de Plaza Misere esperan muchísimas organizaciones. Distingo una gran columna de Patria Grande y una muy bulliciosa de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE). A la altura de Congreso, la marcha se frena porque más de una docena de organizaciones esperan en Avenida de Mayo entre Callao y 9 de Julio. La Plaza va a estallar. La convocatoria ha sido un éxito. Y es mérito tanto de los organizadores como del Gobierno que está afectando derechos con los cuales no se puede jugar.

En la 9 de Julio llega el olor a chori y hamburguesa. En una marcha contra el hambre, huele a contradicción. Como un bumeran, mi rostro clasemediero se me vuelve en contra. "Son 50 pesos la hamburguesa", me dice el vendedor. La inflación está en todos lados: en la última marcha valían $40, un 25 por ciento más en sólo un par de meses. Sin embargo, una militante se solidariza: "Hacele precio al compañero". Le agradezco, pago la nueva tarifa de $40, para luego, inspeccionar las salsas criollas y chimichurris que descansan al rayo del sol.

Si crisis es oportunidad, el ajuste también puede ser un negocio. En las últimas cuadras aparece el marchandising del "Yo no lo voté". Tras seis horas de marcha, el ingreso a Plaza de Mayo es recibido por aplausos. Se respira orgullo. ¿Y qué otra cosa sentir? A las ovejas se las come el lobo y a los pueblos dormidos se los llevan puestos los poderosos. Así lo sintetizan dos banderas: "A la fuerza brutal de la antipatria le opondremos la fuerza social organizada" y "Esto no termina mientras haya un solo pobre".

Los organizadores calculan 100.000 personas. Superó las expectativas por mucho. Al otro día los principales medios estarán obligados a poner la marcha en tapa a pesar de su alianza con el Gobierno. La manifestación se termina y Arbolito toca "Pará la mano". La gente se desconcentra esperanzada. Una vez más, los más humildes nos han enseñado que 
la dignidad y los derechos también se luchan en las calles.

A las clases medias todavía nos resta mucho por aprender.

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