06 abril 2017

El paro y el fastidio

Hoy, en una Argentina de 40 millones de personas, cinco tipos cuyos nombres desconocemos pararon el país. No lo hicieron solos, por supuesto, sino que contaron con la inmensa complicidad de la mayoría de los medios opositores que fogonearon el paro desde el primer día del nuevo Gobierno.

La imagen del fracaso: la 9 de Julio repleta de gente que no quería parar y fue a trabajar. Foto: Agencia Paco Urondo

La protesta es inexplicable: en su primer año y medio, el Gobierno de Mauricio Macri ha disminuido la pobreza, el hambre, el desempleo y la desigualdad entre pobres y ricos. El consumo no para de subir: los nutricionistas alertan sobre los casos de ácido úrico producto del aumento del consumo de carne, mientras que el conejito de Nesquik y el tigre de Kellogs ya alertaron que no alcanzan a producir ni tanto chocolate ni tantos copos de maíz para tantos litros de leche.

Realmente insólito.

Por todo esto, hoy millones de personas madrugaron para ocupar sus puestos de trabajo, pero, no me va a creer: no pudieron. Ocurrió algo inesperado: los trabajadores del transporte se ampararon en la Constitución -¿desde cuándo importa la Constitución en una república?- para parar. Peor aún, también hicieron piquetes algo que la Constitución no permite. Y pasó algo increíble: a pesar de que millones de trabajadores se morían de ganas de ir a trabajar, no pudieron llegar a sus puestos de trabajo. ¡Escalofriante!

En la Argentina del "Sí, se puede", del "Querer es poder", del "Si sucede, conviene" (?), de "El que no trabaja es porque no quiere" y de "El que es pobre es por vago", simplemente no pudieron llegar a sus puestos de trabajo. A pesar de que se sabía del paro hace 22 días no tuvieron tiempo para organizarse: no pudieron caminar, no pudieron tomar un remís, no pudieron tomar un taxi a pesar de que muchos circulaban vacíos, no pudieron ir en auto, ni en moto, ni en bici, ni sumarse al auto de un vecino, ni subirse a una bicicleta amarilla gratuita del Gobierno. No pudieron.

Pero no todas son malas en la Argentina del futuro. Quienes sí vivieron su propia revolución de la alegría fueron los que tuvieron que ir a sus puestos de trabajo. Una felicidad similar a cuando Argentina le ganó a Holanda por penales. No es que tuvieron que trabajar porque tomaban presentismo en la administración pública o porque les "sugirieron" no faltar o porque no querían enojar a sus jefes o porque forman parte del más del 30% de trabajadores informales que tienen miedo de perder el trabajo. Tampoco sintieron envidia de sus amigos y familiares que no trabajaban. No. Al contrario. Fueron porque quisieron. Estaban felices y miraban con pena la silla vacía del que no pudo ir a trabajar.

Quien también vivió con pena el paro fue el Presidente. Muy temprano intentó ir al comedor "Cartoneritos" de Lanús para solidarizarse con quienes sufrieron la represión y con la mujer que perdió su embarazo, pero no pudo por el piquete. Las vueltas de la vida lo dejaron en el World Economic Forum con millonarios herederos del mundo que esperan invertir en Argentina para producir mercancías con trabajo argentino para nuestros bolsillos llenos. No le crea a quienes dicen que sólo han llegado capitales para la especulación financiera.

Peor aún, el mismo día del primer paro general contra un Gobierno que comenzó hace sólo un año y medio, el Poder Judicial le ordenó al Poder Ejecutivo cumplir con el artículo 10 de la Ley de Financiamiento Educativo (Ley 26.075) sancionada por unanimidad por el Poder Legislativo en 2006. Una ley que hasta el actual Ministro de Educación había votado. ¿Desde cuándo ocurre esto en una república?

Finalmente, un último grupo de los que no pudieron ir a trabajar optó, con tristeza, ir a las plazas o disfrutar del bello día de sol como si fuera un domingo. No se los veía tan tristes, es verdad. Pero debían estarlo.

"La utopía está en el horizonte", decía Galeano. Pero, por favor, para poder alcanzarla no hagamos paro. O, al menos, que haya paro, pero con transporte. Hasta que llegue ese día, sigamos teniendo esperanza.

Nota del Redactor: expresada toda esta ironía, así como he señalado una y otra vez mi apoyo a todos los paros, gobierne quien gobierne, deseo expresar también mi respeto a la coherencia de quienes no paran nunca, gobierne quien gobierne. La Argentina, la democracia y el debate político también necesitan coherencia y honestidad intelectual.

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