10 agosto 2021

¿Vamos, compañera?

No sabría precisar en qué lugar de la combativa y maravillosa Vietnam, con Fátima comenzamos a construir un ritual: antes de subirnos a una motocicleta para conocer nuestro próximo destino, yo le preguntaba la misma pregunta. Y ella respondía la misma respuesta.

- ¿Vamos, compañera?

-  Vamos, compañero.

La historia dirá que la única vez que no realizamos este ritual, yo terminé con un codo fracturado y la mano estrellada en el asfalto. Fátima dirá que la médica vietnamita negó la existencia de una fractura, pero un mes más tarde un traumatólogo argentino fue contundente: “Te enyeso”. Y ustedes saben que los argentinos siempre tenemos la razón.

Al margen de la anécdota, lo que quería decir es que, con el tiempo, la misma pregunta y la misma respuesta dejaron de parecerse a un guión de nuestro propio “Diarios de motocicleta” para convertirse en un nuestro particular rezo laico, nuestra estrofa revolucionaria, cada vez que sentíamos la necesidad de invocar nuestra compañía o nuestro apoyo. Nuestro aliento o, simplemente, nuestra presencia.




Hace ya casi cinco años que nos juntamos para hablar sobre Bolivia. No compartimos el pan (tal la etimología de “compañero”, que proviene de los vocablos del latín cum y panis), sino una pizza y una Stella Artois. Pero lo más importante: compartimos un modo de ver el mundo, una sensibilidad y una rebeldía. Vaya si no iban a ser razones suficientes para compartir las sábanas. O, como hace ya casi cuatro años, un camino por la vida.

Compañera, usted bien sabe que para mí esta es una nueva posta de nuestra larga marcha. Yo elegí una vida con usted, cuando dejé mi vida allá. Perdón: Tania y yo elegimos una vida con usted, cuando dejamos nuestra vida allá. Cuando decidimos dejar de correr en el Parque Patricios para comenzar a correr en el Parque Urbano. Los seis meses encerrados en 32 metros cuadrados nos hicieron darnos cuenta de lo mucho que te necesitamos para ser felices. O, simplemente, para ser.

A diferencia de los caminos por Bali, Viñales, Java o Port Barton, este nuevo camino nos encuentra acompañados. Nuestro mundo mejor tiene un rostro. Nuestras angustias no serán solo nuestras. Nuestras victorias tendrán una nueva sonrisa. Y nuestros pasos tendrán nuevas huellas. En el monte o en la playa.

Le prometo, compañera, cuidar sus lágrimas y sus risas. Acompañar sus sueños y luchar sus batallas. Ya no hará más falta preguntar si vamos, compañera: hace ya tiempo que somos el abrazo que alivia. 


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