08 julio 2015

El Alto

Con motivo de realizar el trabajo de campo de una tesis de maestría sobre la construcción de poder de los pueblos indígena-originario-campesinos en el Estado Plurinacional de Bolivia, viví durante 65 días en El Alto. Desde fines de diciembre de 2011 a principios de marzo de 2012. El respeto que sentí -y siento- por su gente y su idiosincrasia hicieron que demorara en escribir este relato. Lo hice semanas después de llegar a Buenos Aires en mi “diarito” de viaje regalado por una conocida y traído desde Canadá, pero nunca lo publique. Bastante tiempo después el Papa Francisco llega a Bolivia y leo que la Revista Anfibia publica sobre su llegada al aeropuerto. Sumo mi contribución con nostalgia y planeando volver más temprano que tarde.

Llegué a El Alto por destino, deseo e intuición. Cuatro meses antes de mi viaje, cuando aún no había renunciado a mi trabajo burgués, mi amigo Ariel me invitó a la charla de un amauta -sabio indígena- aymara, la segunda etnia de Bolivia. Terminada la charla me acerqué para expresar mi deseo de viajar a Bolivia. Genaro Clares respondió con su tarjeta. Nunca pensé que los indígenas pudieran tener tarjeta de presentación.

Volviendo a casa le conté a Ariel que iba a renunciar, algo muy difícil para mí porque me criaron diciendo que había que cuidar el trabajo. Ari me apoyó y me felicitó. Nunca olvidaré ese gesto ante una decisión que para mí era tan importante y complicada.

Al poco tiempo comencé mis clases sobre Bolivia con mi tutor francés, Hervé do Alto. Unos meses antes del viaje hablamos de mi hospedaje y me prometió preguntar entre sus contactos por un lugar en Sopocachi, un barrio de clase media y extranjeros cerca del centro de La Paz. Sin embargo, decidí también mandarle un mail a Genaro y explorar la web. La segunda opción sólo me arrojó un super departamento de 5000 bolivianos -una guasada, según mi director. Por su parte, Genaro nunca respondió. Mientras que la búsqueda de Hervé no funcionó: sus amigas que respondieron sólo querían compartir sus deptos con mujeres.

Siete días antes de mi viaje, Genaro me escribió por mail. Me pasaba los datos del hijo de un mallku -Autoridad del Parlamento Aymara- que alquilaba una habitación en El Alto. Llamé inmediatamente. Me atendió Ovidio, quien pidió 250 pesos bolivianos por una habitación, cocina y agua caliente. ¿Cómo me iba a cobrar el agua caliente? Finalmente serían 300 bolivianos, que en ese momento era un poco menos que 300 pesos.

Pedí dos días para pensar y le consulté a Hervé quien hablaría con un conocido suyo: Franck Poupeau. Más tarde me enteraría que Poupeau era Doctorat de l’École des Hautes Etudes en Sciences Sociales de Francia, tenía un artículo escrito sobre El Alto y que había conocido a Pierre Bourdieu. ¡Qué zarpado, boludo! Más tarde recordaría también que meses antes de conocerlo a Hervé me habían dado su contacto.

“Esa zona de El Alto se llama Villa Dolores. Es una zona con su seguridad, su luminaria y sus servicios”, respondió Hervé. En otra oportunidad el padre y conocedor de los pueblos indígenas Xavier Albó me diría que era “la zona burguesa de El Alto”.


*   *   *

Llegué a Bolivia el 27 de diciembre. Imposible olvidar el calorón terrible de Santa Cruz de la Sierra. Un día más tarde amanecía a las 7 de la mañana en el frío de El Alto. Me bajé del micro en la calle. No había terminal. O sí, la terminal era en el medio de la calle. Llamé a Ovidio y esperé en la esquina rogando que no me fallara. Y que nadie me robara todo lo que llevaba encima.

Ni bien corté el teléfono pasó un camión haciendo sonar una gran bocina. “¿Qué onda?”, pensé. Más tarde aprendí que vendía garrafas y ese era el modo de informarle a la gente. Qué paradoja, ¿no? Bolivia es uno de los países con mayores yacimientos de gas en el mundo y El Alto, la tercera ciudad en importancia, no tiene la red de gas y debe comprar garrafas. De modo contrario, el gas de Bolivia sí llega a las fábricas paulistas de Brasil y a una parte de la población argentina.

La primera semana fue durísima: El Alto y sus 3800 metros sobre el nivel del mar resultaron precarios y fríos. El primer día vomité dos veces por el sorojchi. La lluvia, las nubes y la soledad no ayudaron. Para colmo, mis vecinos eran bien cerrados. Sólo una kioskera de 14 años demostró amabilidad. Tampoco entendía la lógica de mercado. No existen los supermercados y no hay carnicería, verdulería y panadería cada x cantidad de manzanas. Mi pieza era básica: una cama de plaza y media, en la cual debía dormir en diagonal para entrar y que se caería en el medio de la noche, una cómoda, sillas y un ropero. La bolsita para el vómito de Aerolíneas Argentinas sería mi tacho de basura. “El hombres es un animal de costumbre”, me repetí durante varios días.


Mi primera impresión de El Alto fue que se parecía a la Villa 31, pero con calles: mientras las secundarias abusan en ancho, las arterias principales quedan angostas. En parte porque los vendedores ambulantes las ocupan con sus puestos. Las construcciones son de ladrillo a la vista. Más tarde me dirían que, para ponerle revoque, debían pagar un impuesto especial, lo cual era un símbolo de prosperidad. No hay semáforos y los pocos que existen juegan de suplente. Cruzar la calle implica una estrategia.

La luz de El Alto también es escasa, salvo en las avenidas. El agua es siempre fría. Y se racionaliza porque no todo el mundo tiene agua potable de sobra. Mi ducha eléctrica nunca funcionó y nunca fue arreglada. El agua corriente del baño siempre se cortó a las 22 puntualmente y la de la cocina a las 23. Ahí uno entiende la importancia del agua.

Un problema aparte es la inseguridad. Ovidio me alertó desde el primer día por los “cogoteros”, unos ladrones que venían desde atrás con una soga y te ahorcaban para robarte. Debía volver siempre con la luz del día. Una vez llegué a las 23 y mi kioskero amigo me retó. Cuando tuve que amanecer a las 5 de la mañana para ir al altiplano fui acompañado por un vecino y vi a la víctima de un linchamiento.

Poco a poco fui comprendiendo la lógica de esta ciudad. Difícil, pero apasionante. Una ciudad aymara que respira lucha y que en 2003 se levantó en armas en la llamada "Guerra del Gas" para devolverle a los pueblos indígenas bolivianos la dignidad que nunca perdieron e iniciar el camino de la refundación del Estado.

2 comentarios:

  1. Grande choco.....segui escribiendo.

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    1. Gracias Maxi :) El post se iba a llamar "El choco de El Alto".

      Pero esa, será otra historia ;)

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