08 julio 2017

Las ciencias, los mundos y las gentes

“Lo que no podemos pensar no lo podemos pensar; 
así pues, tampoco podemos decir lo que no podemos pensar (…) 
Que el mundo es mi mundo se muestra en que los límites del lenguaje 
(del lenguaje que sólo yo entiendo) significan los límites de mi mundo.”

Ludwig Wittgenstein



En su clásico y complejo Tractatus Logico-Philosophicus (1922) escrito bajo el fuego de la Primera Guerra Mundial, el pensador austríaco y discípulo de Bertrand Russell ponía el énfasis en la importancia del lenguaje en la filosofía. Sin embargo, en el marco de la avanzada del Gobierno contra la Ciencia, en general, y de las Ciencias Sociales, en particular, prefiero retomar su análisis sobre el pensamiento: “La figura lógica de los hechos es el pensamiento. (…) La totalidad de los pensamientos verdaderos es una figura del mundo”. Y me permito agregar que los pensamientos no verdaderos también son una figura del mundo. 


Esta introducción para clarificar el primer punto de partida: nuestros mundos se construyen de pensamientos verdaderos y falsos, y también de lo que conocemos y, por supuesto, lo que desconocemos. De este modo, nuestras conversaciones y debates sobre “la realidad” van a estar enmarcados en los límites de nuestro lenguaje que serán los límites de nuestros mundos. Y es justamente éste el segundo punto de partida: las Ciencias Sociales son relevantes porque nos brindan conocimientos sobre diferentes ámbitos de la realidad. Y esos nuevos conocimientos amplían nuestros horizontes y reconfiguran nuestros mundos.

Hasta aquí está todo muy bonito e imagino que el cientista social que nos esté leyendo estará muy contento, pero justamente a esta altura me gustaría señalar el problema que observo: la sociedad precisa tener conocimiento de esos nuevos conocimientos, algo que me cuesta creer que suceda.

En su trascendente trabajo La estructura de las revoluciones científicas (1962), el filósofo de la ciencia Thomas Kuhn describe una particularidad de las comunidades científicas que nos permite iniciar una respuesta a la falta de acceso de los ciudadanos al conocimiento producido: el aislamiento de los investigadores de las exigencias de los ciudadanos y la vida diaria. Si bien para el autor esto es lo que permite a los científicos concentrar la atención y lograr un alto grado de eficiencia -y probablemente tenga razón-, este artículo prefiere poner el foco en la distancia que los separa de la gente. Explica Kuhn: “No hay otras comunidades profesionales en las que el trabajo creador individual se dirija y se avalúe de manera tan exclusiva por otros miembros de la profesión. El más esotérico de los poetas o el más abstracto de los teólogos está muchísimo más preocupado que el científico por la aprobación por parte de las personas comunes de su trabajo creador, si bien tal vez esté menos interesado por la aprobación en general”. 

¿A qué queremos llegar entonces? A que si el Gobierno decidió enfrentar a las Ciencias Sociales es porque o bien no considera su conocimiento relevante para el país o bien considera que el conocimiento de los cientistas sociales son un adversario político. Y, especialmente, que si logró enfrentarlas con relativo éxito es porque, en muchos casos, las Ciencias Sociales están tan alejadas de la sociedad, que la misma sociedad para la cual producimos el conocimiento con el objetivo de ampliar su horizonte no tiene conciencia ni de nuestra existencia ni de la importancia de las Ciencias Sociales para solucionar los problemas que le complican la vida diaria. O, peor aún, si llegaran a tener acceso a nuestras investigaciones, probablemente no nos entenderían. O caerían en cuestionarnos desde la más profunda ignorancia como ocurrió en el pasado diciembre negro cuando decenas de argentinos salieron a criticar a los científicos a través de las redes sociales. ¿Qué otra razón que el desconocimiento sobre el rol de la ciencia en el desarrollo para que un tipo salga a criticar a los científicos de un país?

Pero seríamos muy injustos si saliéramos a señalar con el dedo a ese tipo que, a partir del límite de su mundo, simplemente fue manipulado para salir a cuestionar algo cuya naturaleza desconoce. Lo que sí es justo es criticarnos a nosotros por el hecho de que nuestros escritorios, nuestros trabajos de campo, nuestras computadoras y nuestros egos estén a kilómetros de la sociedad que pretendemos contribuir a mejorar. ¿Cómo puede ser que un gobierno tan adverso al pueblo y unos trolls que no existen estén más cerca de ese pueblo que nosotros?

Y si tenemos la responsabilidad, por supuesto que también tenemos la solución. Abramos las ciencias sociales. Hagamos nuestras tesis, enorgullezcámonos de nuestros títulos, firmemos nuestros libros, publiquemos nuestros artículos en las revistas que lee una minoría y expongamos nuestros papers en congresos. Claro que sí. Pero también acerquemos ese conocimiento a la gente cuyos mundos queremos mejorar. Si no vienen a nosotros, vayamos nosotros a ellos. Vayamos a sus radios y canales de televisión, tanto comerciales como comunitarios, ningún espacio puede ser desestimado. Si la religión lo hace, prediquemos nuestra ciencia en las plazas. No demos clases públicas solo cuando hacemos paros. Y si, supuestamente, se ganan elecciones por las redes sociales, ¿cómo vamos a dejar ese campo por explorar? 

En el Tractatus, Wittgenstein también decía que el mundo es independiente de nuestra voluntad, pero también afirmaba que “lo que es pensable es también posible”. Nuestra voluntad de que la ciencia sea uno de los motores del desarrollo en Argentina ha chocado frente a un gobierno que optó por desfinanciarnos primero y deslegitimarnos después. Pero tenemos algo a nuestro favor: el conocimiento. Hemos estudiado el pasado, observamos continuamente y desde diferentes ángulos el presente, y sabemos que la voluntad de los pueblos libres ha torcido muchas veces los destinos inciertos y oscuros de las naciones. Frente a esto tenemos dos opciones. O explicarle a la sociedad la importancia de la ciencia y persuadir como la gota que erosiona a la roca; o seguir en la soledad y el aislamiento de nuestros libros y egos. Ya sabemos a qué conduce cada camino.

Que el aislamiento mejore nuestra eficiencia y legitime nuestras investigaciones frente a los colegas. Y que nuestra apertura le explique a la sociedad la importancia de la ciencia y, de yapa, mejore sus mundos. Demos clases en la tele como Adrián Paenza, expliquemos ácidamente el mundo en 140 caracteres a lo Gerardo Aboy Carlés, demos cátedra en revistas académicas para la gente que no es como uno tal como hace Pablo Semán, debatamos con necios como Alejandro Grimson, multitaskeemos sobre relaciones bilaterales como Leandro Morgenfeld y subamos nuestros gráficos en Facebook para explicar la economía como Daniel Schteingart.

Abramos las ciencias sociales o sigamos mirando el mundo desde la cima de nuestra torre de marfil y observemos cómo somos derrotados en nuestra egocéntrica soledad.

* Publicado en la Revista Épocas N°4 "De teólogos y cenicientas. La investigación social frente al ajuste" (junio 2017).

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