17 julio 2018

Un Mao posible

Escribí esta crónica después de visitar por segunda vez el Mausoleo de Mao Zedong y recorrer China durante un mes. Deseo destacar que esta es una mirada sobre el líder: una entre tantas posibles. Para una lectura complementaria, sugiero el excelente artículo del amigo Salvador Marinaro que describe con detalle la revolución cultural: "¿De qué hablamos cuando hablamos de Mao?". Tan recomendable como Los cuatro libros de Yan Lianke y la "Breve historia de la civilización china" de Conrad Schirokauer y Miranda Brown.


No soy un revolucionario como lo fue uno de los argentinos más (re) conocidos en el mundo. Ni un comunista como mi admirado Gramsci. Y creo que la vida es más compleja que lo que cuentan en la tele.

Nací en una familia de clase media del Conurbano con un viejo que viajaba cuatro horas por día para darnos una vida mejor. Eso es un orgullo, un aprendizaje y una enseñanza: el esfuerzo vale, pero la vida no siempre premia el esfuerzo y la vida es más que esfuerzo.

Cuando tuve consciencia de esto, despejé una creencia: la gente no siempre es buena y la codicia de unos pocos lastiman a unos cuantos.

El trabajo, la tierra y la vida son para los egoístas simples variables que pueden derrumbarse como la nieve que se resbala de las hojas del bambú al salir el sol.

Y ante la potencia del capital salvaje... 

Y ante la impotencia de los desafortunados...

Algunos iluminados han intentado contrarrestar las almas frías de la codicia.





Elegí a China después de entender que Latinoamérica es y debe ser una. No soy un revolucionario ni un comunista ni un socialista. Y por eso llegué a China sin saber bien qué había hecho Mao, pero sabiendo sí que hoy es una potencia global que le ha dado un gentilicio a las altas tasas de crecimiento.

No las recuerdo, pero aprendí que China tuvo innumerables dinastías que intentaron una y otra vez unificar a la incontenible China. Los Han, los Tang, los Ming y los Qing tal vez sean las más importantes. 

La Ruta de la Seda, doña. Un tipo caminó durante 10 años y gracias a ella llegaron a Occidente el té y la porcelana. Caminó 10 años por el frío del desierto, conociendo comunidades nómadas por primera vez. Y pensar que a mí me da miedo subir solo a una montaña ya descubierta. 

Aprendí que China fue humillada por los occidentales y hasta un país más pequeño cono Japón le ganó dos guerras y masacró a cientos de miles de chinos en Nanjin.

Aprendí que recién en el siglo XX se convirtió en una república, que un nacionalista usurpó el poder y que prefería perseguir a los comunistas antes que ponerle freno al Japón que invadía el noroeste del país. Hasta el incidente de Xi'an. 

Es una vez terminada la guerra cuando emergió la potencia de un hombre. Y es aquí donde después de ver su cara en todos los billetes, entendí que Mao fue enorme. Para bien y para mal. Les adelantó que aquí veremos la cara linda de la moneda.

Mao convenció y persuadió a millones. Distribuir la tierra entre los campesinos pobres frente a la resistencia de las antiguas élites es gigante. Sin embargo, lo verdaderamente gigante es una partecita de la historia que nunca hemos escuchado: tras vencer dos veces al ejército nacionalista, se vio cercado y el Ejército Rojo de Mao emprendió una Larga Marcha de 12.500 kilómetros durante 370 días atravesando el frío de China. Algunos murieron congelados. Otros de hambre. Sobrevivió solo el 10 por ciento y se asentaron en las cuevas de Yan'an: les contaré a mis nietos que estuve a algunas horas de conocerlas, pero me faltó información, tiempo, buen clima y huevos. Sobre todo huevos: ya le dije, no soy un revolucionario.




Recuerde y lea sobre la Larga Marcha. Eso es heroico. Es único en la historia. Es la esperanza de un pueblo contra el egoísmo plasmado en millones de pasos. Me pregunto cómo nunca lo estudié. Cómo nunca me lo enseñaron. Creo que un poco lo sé.

Terminada la Segunda Guerra, el Ejército Rojo de Mao venció al ejército nacional. ¿Cuantas personas conoce que hayan vencido a un ejército? Y la China comunista creció. Y después también vencieron a la Corea del Sur capitalista que había vencido a la Corea del Norte comunista y avanzaba por el norte de China.

Y la China comunista creció. Y los desafortunados vivieron mejor. Ambos lo sabemos: la China de hoy es muy diferente a la China de Mao. Tal vez les pueda contar algo de eso cuando hablemos de Shangai.

Ese es el Mao que elijo contarles.

Y ahora entiendo por qué en la Plaza de Tiananmén, frente a la Ciudad Prohibida, tiene un enorme mausoleo donde van millones de chinos por año. Millones que compran flores amarillas, que ingresan a una primera sala y que depositan el ramo a los pies de una estatua blanca enorme de un Mao sonriente, sentado en un sillón con la pierna izquierda cruzada sobre su pierna derecha.

Que ingresan en fila a una segunda sala y se inclinan ligeramente ante el cuerpo embalsamado de su líder que yace con las manos cruzadas en el pecho, ante la atenta custodia de siete soldados, dos de ellos con armas largas. Todo bajo la omnipresencia de una gran bandera comunista. Tal vez sea uno de los pocos puntos del planeta donde no saquen sus cámaras y celulares. Porque está terminantemente prohibido.

Respeto. Esa es la palabra. Dentro del Mausoleo se siente un enorme respeto. Nunca en mi vida había presenciado algo así.

Visité el mausoleo durante mi primer día en China. No entendí tanto respeto. Por eso elegí seguir leyendo. Y por eso volví el último día de mi viaje casi dos meses después: para sentir (entendiendo, ahora sí) el respeto de esos cientos de chinos que diariamente hacen la cola para ver a un gigante dormido.

Elijo ese Mao. 


El Mausoleo de Mao Zedong en la Plaza de Tiananmén.

El Museo Nacional de China en Beijing: inmenso y nada que envidiarle a los mejores museos de Occidente.

Todas las fotos de este artículo corresponden a cuadros de la sala del Museo Nacional de China dedicada a la Revolución Comunista.
Cuentos Chinos

I. Un Mao Posible

II. Fortuna

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