23 enero 2012

Mi gran casamiento aymara

Nota del Redactor: los aymaras o kollas son la segunda comunidad indígena en importancia en el Estado Plurinacional de Bolivia detrás de los quechuas. Descienden de los tiwanakotas (Tiwanaku es una comunidad pre-incaica ubicada al oeste de lo que actualmente es La Paz) y fueron conquistados por los incas, los quechuas, antes de la llegada de los españoles. Son una comunidad dura, guerrera, que ha sufrido mucho la colonización. Evo Morales es aymara.



“Mañana se casa mi hermana. Estás invitado, Damián”. Ni bien Ovidio me dijo esto el sábado, imaginé que iba a vivir una experiencia única. Y así fue.

El domingo me levanté pensando en el casamiento. No sabía si era al mediodía o a la noche, por lo cual estuve atento a cualquier señal de Ovidio. Pasado el mediodía y ya almorzado, escuché el motor del auto y bajé rápidamente temiendo que se hubieran olvidado de mí. Efectivamente, Ovidio salía con Rosa y sus cuatro hijas, pero al casamiento en la iglesia. Luego sería el festejo. Acordamos que más tarde pasarían por mí. Mientras tanto, podía utilizar la ducha de Ovidio. A dos semanas de mi última ducha caliente y a una de mi última ducha fría, ese baño significó la gloria.

A las 15.30 estaba listo como habíamos acordado. Ovidio se demoró un poco más y tras llegar me dijo que saldríamos cerca de las 17.00. Maté el tiempo leyendo “Los usos de Gramsci” del gran Juan Carlos Portantiero (me costó $AR 100, usado, por Mercado Libre, pero cada página del libro lo vale) y llegó el momento de partir. En el trayecto al lugar, Ovidio me comentó que su hermana era adventista, lo cual significaba cierta complicación por la presencia del alcohol: habían hecho un acuerdo entre las familias por lo cual hasta cierta hora no habría cerveza.

Llegamos cuando los novios ya habían entrado: el auto chajado (bendecido) con flores y cositas para hacer ruido atadas en el caño de escape nos demostraban eso. En el salón debía haber cerca de unas 300 personas y, por supuesto, me sentí bien gringo al entrar. Vergonzoso, me quedé cerca de Ovidio y Rosa temiendo que alguien me increpara de no pertenecer a la fiesta. Los novios saludaban mesa por mesa, cubiertos del papel picado que cada uno de los invitados ponía en sus cabezas (los niños eran los más entusiastas). Tras unos cuantos minutos de espera, Ovidio interceptó a su hermana y cuñado, los saludó y me presentó.

En mi fin de semana en Sorata, tuvimos la oportunidad de ver un festejo con Francisco y la costumbre aymara es la siguiente. Cuando llega un invitado con su familia, se anuncia tirando un cohete tipo ametralladora (sería como tocar el timbre); los novios y sus padres se acercan para el saludo parándose en una fila; en hilera los invitados saludan a los novios tirándoles papel picado en la cabeza; a continuación el mozo acerca dos o tres copa con diferentes bebidas alcohólicas que los invitados deben tomar hasta el final. Los regalos se compran en la entrada (lo más popular son las colchas y frazadas, aunque también hay juegos de cocina y hasta se puede regalar pelelas) y cada invitado llega acompañado con una cajón de cerveza (Rosa me explicó que esto era por el ayni, la reciprocidad andina).


Cada vez que llega un invitado, los novios y sus padres se ponen en fila y saludan uno por uno mientras se tiran papel picado.

Nos sentamos en una de las mesas de “los Paredes”, la familia de Ovidio, ubicada bien cerca de la mesa de tortas (18 tortas que parecían de mentira) y de la mesa de los novios, que estaba decorada con flores y frutas. Para el brindis, los mozos repartieron unas copas de lo que resultó ser Sprite (remember nou alcohol) con los bordes bañados con coco y una cereza en su interior, junto a una especie de masita.

Acto seguido se anunció la entrega de regalos y se armó una larga fila. Alguno pensará que soy exagerado, pero la fila de los regalos terminó durando una hora y cuarto. Cada regalo era acompañado con papel picado y la familia de Ovidio se terminó colando al comienzo de lo que llamaban la “regalada”. Como agradecimiento, los novios entregaban una botellita de Coca-Cola (si bien en otra fiesta habría sido una cerveza) y, una bolsa con esos chicitos dulces de colores y golosinas.

Me tocó sentarme entre Rosa y el tío de Ovidio, un hombre aymara de unos 68 años, llamado Porfirio Paredes y nacido en Charaña (casi al límite con Chile). Deseoso de charlar, comencé a hacerle preguntas. Al comienzo, el “tío” resultó ser bien parco, supuse por la diferencia cultural y de edad. A veces habían silencios largos hasta que le terminamos agarrando la vuelta: su tema de interés era la defensa de la comunidad aymara y terminó sacando un discurso bien nacionalista. Me dijo algo que ya le había escuchado a un mallku (líder indígena escogido por la comunidad) de la Confederación Nacional de Ayllus y Markas del Qullasuyo (CONAMAQ): los españoles y luego los criollos dividieron a los pueblos en límites que luego se convertirían en los actuales Estado Nación. El objetivo de la comunidad es recrear la antigua nación aymara existente en Argentina, Chile, Perú y Bolivia rompiendo incluso los límites actuales. Porfirio Paredes me comentó que vivía en El Alto, pero tenía su campo con sus "varias llamitas" (entendí que eran fácilmente más de 200) en Charaña y viajaba seguido para allá. Me explicó que las comidas del Altiplano como el chuño y el charqui eran la base de la fortaleza de los campesinos de la altura y me contó de su pasado como alcalde de Charaña. Mientras tanto, el “tío” me ofrecía chicitos de colores y me servía jugo Tampico.

En un bache, Ovidio me presentó a su primo, Marco Antonio Paredes, de la comunidad cercana de Viacha, explicando que a él le interesaba mucho la política. Marco Antonio era un artesano de instrumentos andinos, bien mestizado, que viajaba trabajando por otros países y quería ingresar a Argentina. Lo terminé entrevistando y me dio la mirada de un ciudadano que apoyaba al “proceso de cambio” conducido por Evo Morales.

Paralelamente se armó la primera tanda de baile: la familia había contratado un grupo de música popular llamado “Capricornio” (a cada rato el grito era: “CA-PRI-COR-NIO”) lo que, sumado a la cantidad de gente invitada daba muestras de cierto status social. Con el baile, aparecieron las primeras cervezas lo cual enojó a Max Paredes, el papá de Ovidio y capac mallku de toda la comunidad aymara (un dirigente de gran prestigio social). El señor amenazaba con irse y Ovidio debió mediar. Mientras tanto, las hijas de Ovidio descubrieron que mi celular tenía camarita y durante varios minutos se volvió una atracción.



Tras el baile llegó la comida, lo cual esperaba con ansias: repartieron unas viandas de pollo con “su jugo”, papas y chuño. El chuño es una papa que se deja a la intemperie durante las noches de invierno para que se “cueza” con la helada (confieso mi debilidad con la conjugación del verbo “cocer”) y luego se la deja secar al sol (“Así toma las vitaminas del sol”, me explicó Porfirio, si bien dudo que sea así). Termina siendo una papa más chiquita y negra, que en el interior está medio cruda. Por suerte, me tocó pata. Mi suerte terminó siendo mayor cuando no dieron cubiertos y debimos comer con la mano: la forma de la pata permite comerla con una sola mano. La comida estaba bien rica y una vez chupados todos mis dedos “enjugados” llegaron las servilletas.

Los familiares de nuestra mesa comenzaron a irse llegadas las 22.00. Yo me quería quedar un poquito más. Al rato, Ovidio y Rosa partieron a dejar a las wawas (a sus hijas) para que duerman y luego volverían. Me quedé solo por elección propia para no perderme detalles.

La banda volvió a tocar y ante algunos temas conocidos mis pies se empezaron a mover esperando ansioso alguna invitación para sumarme al baile. La invitación no llegó, pero sí llegó la prima de Ovidio quien, tras instrucciones de su mamá, la esposa de Porfirio, me terminó invitando una cerveza y sacando a bailar. Mabel invitó cerveza a otros chicos que se sumaron y terminé bailando en un grupito.



Poco a poco algunos bolivianos se fueron acercando para compartir sus cervezas. Botella en mano, se servían en un vasito de plástico y decir que “no” significaba ser descortés (o al menos eso imaginé para mi conveniencia). Copiando a mi alrededor, cada vez que me tocaba tomar dejaba el “culito” de cerveza del vaso y lo tiraba al piso. El suelo era un gran charco de “culitos” de cerveza tirados. Empezaron a aparecer los primeros borrachos y uno se acercó invitándome cerveza varias veces. Pasada media hora de baile, Ovidio llegó con Rosa y, para mi sorpresa dada su seriedad, no sólo se sumo, sino que también abrió dos cervezas. Fui a buscar otro vaso (uno sólo no alcanzaba siendo cuatro) y Ovidio me dio una gran lección: la costumbre es usar sólo un vaso, se sirve a cada uno del grupo en ronda y finalmente a uno mismo; siempre que uno toma debe decir “salud” al resto. Me tocó la botella y serví en círculo entre los cuatro. A mi turno dije “salud” y volví a tirar el culito al piso. El tener cerveza no quitaba que otros se acercaran a invitarnos más.

Bailamos cumbia y clásicos. Más tarde llegó la “morenada” (una danza boliviana) y una cholita de unos 60 años me sacó a bailar cantándome algunas partes de la canción. “Tienes una fan”, me dijo Ovidio. Tras la cumbia, del otro lado apareció otra banda que tocaba “cuecas” bolivianas: eran los “Pukara”, la segunda mejor banda de Bolivia en ese genero.

Bailamos bastante, la prima de Ovidio comenzó a sufrir el alcohol y tuvo una charla con lágrimas con “el Ovi”, por lo cual me aparté. Tiraron el ramo, saqué una cinta (me tocó un osito) y finalmente comimos torta. Los “Pukara” terminaron de tocar y no hubo más cerveza.

Pensé que había terminado lo mejor.

Ovidio y Rosa con los novios. Pensé que con el fin de la fiesta había pasado lo mejor, pero aún faltaría una anécdota más.
Salimos y llovía a cántaros. Llevamos a Porfirio y su familia a su casa. Ovidio, de cebado, paró en una licorería (negocio de venta de alcohol) para comprar una botella de vodka con jugo. Camino a casa, Ovidio me dijo si quería continuar tomando y si bien quería irme a dormir, para no ser descortés le dije que dependía de él: me pasó la botella y comencé a servir en un vasito para Ovidio, Rosa y para mí. 

“Está nevando, Damián”, me dijo con alegría mientras manejaba, pero no vi las bolitas blancas. Llegamos a la casa, estacionamos el auto en el garaje y Ovidio me volvió a sorprender: “Nos quedamos acá para no despertar a las wawas”. Nunca me había embriagado con un matrimonio y la experiencia fue rara. La charla comenzó a fluir, pero, para ser sincero, no recuerdo tanto de lo que hablamos. Me preguntó qué pensábamos en Argentina de Tinelli, si era verdad que los llamábamos “bolitas” y por qué (es la segunda vez que me hacen esa pregunta y muero de vergüenza), del potencial de El Alto como turismo para gringos y tantas cosas más.

La charla tomó un vuelco cuando Ovidio habló de su papá. Tras narrar las cosas que su padre le había dejado surgió un relato que caló hondo: el de un padre ausente que era una personalidad importante para su comunidad, pero que no había estado siempre presente para él. Sentado en el asiento del que maneja comenzó a lagrimear. Rosa lo miraba desde el asiento del acompañante como una compañera que ya había escuchado este relato, y conocía ese dolor. El dolor de Ovidio comenzó a tocarme y, bajo los efectos del alcohol, supe que me iba a emocionar. Desde el asiento de atrás le di una palmada fraternal en el brazo y esbocé mi comprensión.

Me acordé de mamá y me di cuenta de que a pesar de pensar que los años me han hecho superarlo, su ausencia aún duele. En una maraña de discurso que bien no recuerdo le dije a Ovidio que tanto él como Rosa eran un ejemplo de padres, que el sacrificio que hacían para cuidar a sus tres hijas era algo muy valorable y que era lo que yo buscaría ser como padre. Entre lágrimas mencioné a mamá, no recuerdo bien, pero en un hilo de comparación alcohólica también hablé de su ausencia. Pedí disculpas por mis lágrimas. Ovidio y Rosa me escucharon emocionados y agradecieron mi relato. Siendo más de las 3 de la mañana pusimos fin al vodka, y agradecí varias veces la invitación al casamiento y la última charla.

Me saqué la ropa mareado, pensando cuánto más me iba a sorprender Bolivia y cuanto más me iba a enamorar de su gente. Me dormí con una sonrisa para despertar ocho horas más tarde con una buena resaca que duraría hasta el atardecer.

Nota: en una charla posterior, Ovidio me dijo que este año retomaría Agronomía (le restan dos años). "Es una de las cosas que le prometí y le debo a mi madre", me dijo. Su mamá falleció hace unos meses. El comentario de Ovidio me hizo a acordar, de lo que creo, es uno de los fines y objetivos de un hijo: hacer feliz y orgullosos a sus padres.

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