21 abril 2014

Pelotita

No recuerdo bien cómo fue esa primera vez. Mis viejos me dijeron que tuvieron que llevarme porque no paraba de patear todos los muebles. Yo tenía cuatro años y medio. Así fue como llegué al Germinal, el club de barrio que aún queda a cuatro cuadras de casa.

Al principio fui tímido. Casi toda mi vida fui tímido. Tengo la imagen de patear la pelota y volver corriendo al acogedor lugarcito que se hace entre los brazos de una mamá. No sé si efectivamente fue así, pero así me lo quiero imaginar y así lo cuento. Fue ahí donde conocí a mi primer técnico, Pelotita. También le decíamos "Carlitos", pero todo el mundo lo conoce como Pelotita porque es bajito y gordito como una pelota chiquita. 


Bouchard y Arenales. Después de la dirección de mi casa, fue la primera que aprendí.

Pelotita debía tener en ese momento la misma edad que tengo yo ahora, aunque para mí era un señor grande. Y cabe destacar que yo aún no soy un señor grande. Con casi 30 años, puedo decir con seguridad que Carlitos fue como mi primer gran profesor. Yo debía ir una o dos veces a entrenar y él me enseñó desde pegarle a la pelota hasta las mañas del fútbol. Una vez en una práctica que él dirigía, pitó córner a mi favor.

- No es córner, me pegó último a mí - le dije

- Andá y hacé el córner - me dijo con su típico tono que mezclaba orden y persuasión.

- Pero no le pegó a Pablo - insistí.

- Pero te favorece a vos. Andá.

Me costó, pero finalmente comprendí. Esa vez hice el córner con poco entusiasmo. Desde ahí, en los partidos la sinceridad dio paso a la picardía. Comencé a pedir todos los laterales y córners que fueran dudosos. ¿Quién iba a desconfiar de un niño que a penas superaba los 5 ó 6 años?

En ese momento yo era tan chiquito para jugar, que aún no había un equipo para mi categoría y justamente por eso comencé con los chicos más grandes de la '85. Era tan chiquito que, el día mi debut, con camiseta y todo, mi viejo tuvo que ir al vestuario: no me dejaba sacar los pantalones para ponerme el short del club. Bastante obvio, ¿cómo me iba a bajar los pantalones frente a desconocidos?

Siendo el más chico, también había un compañero que tenía que atarme los cordones. Un día, hasta jugué con los botines al revés. Al menos esa fue la respuesta de mi viejo cuando le comenté que me molestaban una vez terminado el partido: "El botín derecho va en el pie derecho y el botín izquierdo en el pie izquierdo".

Jugué en Germinal hasta alrededor de los 11 años. En otro club de barrio conocí a Nelson y a Néstor. Los otros dos técnicos que más rescato. De todos los que tuve, ellos fueron los más especiales. Tal vez porque antes que como un chico-jugador me trataron como un nene-persona. A Néstor no lo volví a ver más. A Nelson pasé a saludarlos hace varios años. Se sorprendió y se puso contento. Le llevé un vino o algo así y le dije algo que tenía encima hace años: "Te quería agradecer por cómo te portaste conmigo con lo de mamá".

Hace poco mi viejo se volvió a cruzar con Pelotita y me dijo que tenía que ir a saludarlo. "¿Cómo anda el pollo?, me dijo. Siempre me pregunta por vos. Tenés que ir al club", me sugirió. Como con muchas cosas realmente importantes, decidí posponerlas por falta de tiempo por hacer otras cosas menos importantes: leer para la tesis, preparar una clase, nadar, una siesta al sol.

Hace unas semanas, apurado, para variar, vi que salía del club. Frené el auto y lo fui a saludar. "Pasate el sábado y charlamos", volvió a insistir como hacía unos meses. Y esta vez le prometí que iba a ir. Me levanté el sábado pensando en la visita, sabiendo que me iba a revolver los sentimientos.

Caminé esas cuatro cuadras como pocas veces. Pensando todo lo que había significado Pelotita y el Germinal en mi vida, y pocas veces había pensado. No sabría decirlo, pero, ¿cuánto de lo que soy se lo debo a él? ¿Cuántos valores me habrá inculcado cuando yo tenía tan poco edad y era una chico que no paraba de absorber enseñanzas? ¿Cuántas veces lo habré tomado como ejemplo inconscientemente?

Pelotita me enseñó el trabajo en equipo, la picardía, la competencia, a pegarle con el empeine, el sacrificio, a esquivar los conos. Sin darme cuenta me dio un gran ejemplo de cómo debe ser una persona. Pelotita es una persona querida por todos. Me enseñó que se puede ser buena persona y que vale la pena serlo. Siempre de buen humor, siempre un chiste, siempre dispuesto a sacar una sonrisa.

Vi a chicos de unos 8 años jugar y me vi a mí hacía poco menos de 20 años. También la vi a mi vieja mirándome.

Entré al club y pregunté por Pelotita. Justo estaba jugando su categoría. Lo interrumpí para saludarlo rápido. Me vio y se puso contento. Me di cuenta. "Termina y tomamos algo", me dijo. Me senté en la tribuna de cemento. Esa tribuna que Pelotita nos hacía subir y bajar en velocidad. Vi a chicos de unos 8 años jugar y me vi a mí hacía poco menos de 20 años. También la vi a mi vieja mirándome.

Recordé ese día que Pelotita me mandó al banco contra los punteros porque no iba a entrenar y me hizo entrar a 5 minutos del final en un partido durísimo. Como para el milagro. Perdíamos 1 a 0. Recibí en el medio-campo y aguanté de espaldas contra el 5 contrario. Giré y quedó atrás. Esquivé al 2 y volví a esquivar al 6. O al revés. Entré al área y se la toqué al arquero contra un palo. No recuerdo este gol tanto por lo importante como por lo que pasó minutos después: sonó el pito, mi viejo se metió en la cancha, me abrazó y me besó emocionado. Cómo olvidarlo.

Terminó el partido y fui al buffet a hablar con Pelotita. Abrió una cerveza y nos pusimos a conversar. Por primera vez charlé con él como un hombre. Casi todas mis charlas habían sido de pichón. Le pregunté y lo escuché como siempre que tengo a una persona que valoro en frente. Es el mejor modo de aprender. Cayó más gente y, como era el nuevo, escuché desde afuera.

Después de una hora de charla, Pelotita me dijo que tenía que volver a trabajar. Lo saludé y le agradecí como debí haberlo hecho hacía tantos años antes. "Estuve pensando que gran parte de lo que soy te lo debo a vos y quería agradecértelo", le dije sintiendo eso que retumba bien adentro cuando el agradecimiento y el sentimiento de deuda es bien profundo. "No tenés que agradecer, eso está adentro tuyo y vino con vos", me respondió con una sincera humildad, mientras apoyaba la palma de su mano derecha sobre mi corazón. 

Volví a caminar las cuatro cuadras hasta mi casa pensando que el mundo necesitaba más Pelotitas.

Está de moda, citarlo en estos días a Gabo y hay una frase de él que me gusta mucho: "La vida no es lo que uno vivió, sino lo que recuerda y cómo la recuerda para contarla". 

Hace no mucho tiempo decidí contar mi vida no sólo con momentos, sino con esas personas que tanto bien me han hecho. Y cada tanto, también, dejo de lado lo no importante, tomo coraje, me retumba el estómago y les digo "Gracias".


Pelotita me enseñó el trabajo en equipo, la picardía, la competencia, a pegarle con el empeine, el sacrificio, a esquivar los conos.

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