22 julio 2014

Decime qué se siente...

Los argentinos que nacimos en los primeros meses del '86 somos buena leche desde la cuna: a diferencia de esos comunachos que vienen con un pan bajo el brazo, nosotros trajimos un Mundial. Tranca, 120. Lo malo de eso es que, como todos los sub 30 no sabemos qué se siente ganar uno.


Chiquito ya atajo dos. El penal de Maxi es gol. Es gol. Es gol la puta madre. La concha de la lora. Que lindo. Fuente: Fifa

Lo que sí hemos sentido es quedar afuera en octavos. Con pocos años supimos lo que era un doping positivo y que las piernas se pueden cortar. Ante el dolor de "los grandes" comprobamos en carne propia la envergadura del 10 y también aprendimos que había un país que se llamaba Rumania.

Con sólo 12 años vivimos la adrenalina zarpada del fútbol eliminando a esos que nos sacaron las Malvinas. ¡Y por penales! Por primera vez sentí cómo el peso de la historia se me mezclaba con el deporte y el nacionalismo del fúbol me brotaba por los poros. Esa fue la única vez que lloré viendo fútbol. Pero a los días también aprendimos que el deporte más lindo del mundo te sube y te baja de hondazo. Y da lecciones: #1 no hay que pegar cabezazos y #2 los partidos terminan cuando se pega el pitazo final. Si te desconcentrás te pueden ganar la espalda en el último minuto y eso un garrón.

Cuatro años más tarde vimos nuestros primeros partidos a la madrugada (bah! en esos años los hinchas de Boca nos levantamos varias veces bien temprano para ver una final en Japón) y en mi caso estaba muy ilusionado con el equipo de El Loco, al que llamábamos el dream team. Pero vieron cómo es el fútbol. Ya en primera ronda nos demostraron que no éramos los mejores. Todavía me acuerdo de ese tiro-libre que entraba cuando aún acá no había salido el sol.

Y en Alemania llevamos de nuevo lo mejor y encima era el equipo de José, el profe que llevó nuestras juveniles a lo más alto. En ese Mundial grité como nunca antes en mi vida el gol de Maxi. Esa selección jugaba lindo, pero ante Alemania lo sacamos a Román y, esta vez, en los penales no tuvimos suerte.

En 2010 la grieta saltó de la política al fútbol. O al menos yo lo viví así. Y para mí fue un Mundial diferente. Sonaré a gil, pero la verdad es que, salvo el gol de Martín en las Eliminatorias - qué emoción por Dios -, no fui tan argentino como tantas otras veces.

Y así, malheridos, abollados, los veinteañeros llegamos vírgenes de semifinales y finales a Brasil 2014, nuestra primera copa del mundo en América del Sur. Un evento organizado por Brasil para que saliera campeón Brasil, según los que creen que el poder lo mueve todo... Hasta algo tan hermoso como el fútbol - que los amantes del fútbol nos negamos a entregar.

A pesar de los garrones vividos, como cada cuatro años llegamos un poquito ilusionados. Más que después de casi 30 años volvimos a tener al mejor del mundo y además estaba acompañado por otros tres a los cuales llamamos "Los cuatro fantásticos" porque se cansaron de pintarle la cara a muchas selecciones. Lo malo, se decía, estaba en la defensa. Encima teníamos un arquero, que era un desastre y un número 3 que no lo conocía ni el loro. Y como los argentinos somos así de extremistas sentenciamos que arriba teníamos a los mejores del mundo y abajo a los peores. En teoría íbamos a avanzar goleando y sufriendo muchos goles. Por suerte nos tocó un grupo fácil.

Y así como de repente llegó el Mundial. Y el primer partido se vivió fiero. Jugamos contra un país que tiene menos años que los veinteañeros y ganamos con el culo entre las patas. El hasta entonces indiscutido técnico se cobró varias puteadas. Pero por suerte Lionel apareció y sus críticos recularon. En el segundo y el tercer partido pasó exactamente lo mismo. De yapa, comenzó a nacer un nuevo hit de cancha: "Brasil, decime qué se siente".

Después llegaron Suiza y Bélgica. La selección siguió sin bailar a nadie, pero seguimos avanzando como un tractorcito. Y medio que la alegría se fue contagiando porque no había jogo bonito, pero los pibes ponían huevo y se iban turnando para ser el man of the match -cipayos! Porque nuestro capitán y figura no tenía aires de grandeza aún siendo el más grande. Y porque nuestro técnico era un tipo humilde que ante la famosa arrogancia de los argentinos representaba un oasis en medio del desierto. Pensemos que después del primer partido el tipo admitió: "Me equivoqué". Y algunos le cuestionaron haber asumido su error.

Y así, como dice Mostaza, llegamos a semifinales después de 24 años. Holanda fue el primer cuco que enfrentamos. En nombres, la mejor delantera del Mundial para mí. Mascherano tuvo un partido consagratorio y Chiquito se vistió de Goyco para convertirse en héroe.

 


Y pasó algo mágico porque era feriado y el país explotó. Porque cuando millones de almitas irradian felicidad al mismo tiempo, algo o alguito debe pasar. Porque estás feliz y querés compartirlo con el que está al lado. Y cuando pasa esa primera ebullición querés compartirla con los que están un poquito más lejos. Porque no hay tanta distancia entre amor y fútbol. Y porque fue un mes hermoso para hacer el amor.

Y algo mágico pasó porque en esas milésimas de segundo que pasaron desde que la pelota dejó el botín de Maxi, la tocó el arquero, pegó en el travezaño y acarició la red, el corazón latió más fuerte y bombeó un chorro de sangre hasta la garganta. Van a pasar años y nos vamos a seguir acordando cómo gritamos ese gol. Qué lindo es lastimar la garganta a propósito. Y qué hermoso escuchar las gargantas de los vecinos, de los amigos. Es un acto de locura que vale. Y qué lindo llorar, ver llorar o sentir que las lágrimas están ahí. Y cuántos habrán vivido por primera vez la emoción del fútbol. Y a mí no me jodan! Esa energía acumulada entre el suplementario y los penales, y liberada toda junta al mismo tiempo alguito tiene que generar. No sé. Algo así como si todos saltáramos al mismo tiempo.

Y algo mágico pasó porque muchas almitas estaban tan felices que decidieron ir al Obelisco. Y eran un montón montón. Y no importaba cómo pensaban ni de qué cuadro eran, sino que estaban ahí, compartiendo una alegría alegría. Y qué bien nos hace estar alegres y qué bien nos hace compartirla con desconocidos. Todos toditos fuimos felices felices. Y nunca nunca olvidaremos ese recuerdo: "El día que le ganamos a Holanda por penales".

Durante cuatro días derrochamos adrenalina. Y ya sabemos cuál fue el final. Con tres chances netas de gol, yo estoy convencido de que merecimos ganar, pero los futboleros saben la relación fútbol-merecimiento y el viejo axioma de que "los goles que se erran en un arco...". De todos modos no perdimos. Porque a pesar de la tristeza el sentimiento de orgullo no se perdió y es la primera vez que la Argentina dejó el exitismo de lado.

Este pibito que ama el fútbol siente eso. Que después de varias decepciones mundiales, vivió la mejor copa del mundo de su vida; que el Mundial del 7 a 1 es un final simbólico a un período de enojo. Y siente que nunca vivió una alegría colectiva durante tanto tiempo.

Gracias al fútbol y a los 23 por todo eso.


Gracias Brasil por tanto. Durante años me morfé el "pentacampeao". Ahora, hasta que me muera,
cada vez que vea a un brasileño le voy a mostrar siete dedos de la mano y recordar el 7 a 1.

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