28 julio 2014

Relato de una amiga zapatista

Me llamo Tania. Mexicana. Soy profe de Bioquímica en una universidad y también trabajo en un hospital. A finales de 2013 el destino quiso que pudiera combinar ambas vacaciones. Me esperaba un viaje solitario a la Escuelita Zapatista: una experiencia que me generaba una extraña mezcla de emoción y nerviosismo. Quería escuchar a mi mente, a esa merolica que la mayor parte del día está revolucionada con pendientes y que hace un tiempo se venía preguntando, sin respuestas: ¿qué es lo que quiero, en realidad, hacer con mi vida? ¿Por qué estoy viviendo lo que estoy viviendo? ¿Lo estoy haciendo bien? ¿Soy en realidad feliz? Un mundo de preguntas que pretendía contestarme durante esos días alejada de la rutina y cerca de mí. Sí, cerca de mí. Porque a veces necesitamos estar solos para estar con nosotros.

Damián le sacó varias fotos al arco iris que apareció sobre la iglesia de San Juan Chamula. Espero que ya haya estrenado en Argentina el cinturón de colores que compramos en ese pueblito y yo misma lo ayudé a elegir.

Era el mediodía del 1° de enero de 2014. Había pasado la noche en el Caracol de Oventic -¿cómo que no saben lo que es un caracol zapatista? - celebrando los 20 años de la Revolución Zapatista del 1° de enero de 1994 y a medio dormir, enlodada hasta la garganta y totalmente húmeda por haber festejado bajo la lluvia durante horas, sólo pretendía ir en busca de una comida caliente. Sin embargo, no pude resistir entrar a esa tiendita de mujeres zapatistas, al menos para echar un vistazo.

"¿Sabés cómo llegar al CIDECI?", escuché a un chavo preguntar dentro del local. Imaginé que era extranjero y joven por su acento y tono de voz. Como justo yo tenía que ir hacia el mismo lugar - y aunque en realidad mi plan era comer algo y perderme entre las callecitas de San Cristóbal de las Casas -, me nació guiarlo y, ya que estamos, lanzarme de una vez con él. 

En realidad no lo conozco. Me dio a conocer algunos matices de su vida, de algunas anécdotas, de sus gustos, de su ideología, de su forma de ver el mundo. Hasta de su forma de expresarse al vestir. De hecho, espero que ya haya estrenado en Argentina el cinturón de colores que compramos en San Juan Chamula y yo misma lo ayudé a elegir.

En realidad no lo conozco. Ni él a mí. Pero cuando siento algo bonito y sincero, simplemente lo siento. Y me dan ganas de compartir el presente. Aunque sea un momento. Aunque sea un instante. Ya a la distancia y a pesar de que no amamos la tecnología, lo conozco un poquito más. Y eso confirma mis ganas de compartir cosas. Mas no sea un detallito.

El otro día me llamaste "amiga", Damián. Y claro que somos amigos. Y lo seguiremos siendo hasta que ambos lo queramos. No de esos amigos que se conocen de toda la vida, sino de esos amigos de viaje, esas amistades de viajeros solitarios que tan bien tú y yo conocemos. De esos amigos que viven mucho en poco tiempo y el destino los cruzó porque tenían que compartir ese momento. Como ese abrazo que nos dimos al despedirnos en el CIDECI antes de que vos marcharas a Morelia y yo a La Garrucha - ¿cómo que todavía no buscaron lo que es un caracol zapatista?

No de esos amigos que se conocen desde pequeños, sino de aquellos que se conocen en el camino. En el camino de la lucha. En el camino de los que sufren con los que sufren. En el camino de los que intentan construir un mundo mejor. Y créeme que, por mi parte, tienes un lugar seguro en una mente y un corazón. Son muchos los kilómetros, pero la palabra ayuda a que la distancia se reduzca mientras así lo decidamos.

Por aquí ando, corriendo de un lado pal otro. Tratando de equilibrar mi responsabilidad y desarrollo profesional con mi vida íntima. Haciéndome preguntas. Encontrando y no encontrando respuestas. Encontrando y no encontrándome. Y aquí también sigo para ti. Para que esta amistad que comenzó, eche raíces fuertes y profundas. Para que dé frutos hermosos bajo el sol de esta lucha que llena nuestras vidas.

Ya no desde las montañas del sureste mexicano. 

Pero sí desde la tierra de los zapatistas. 

Que es la misma que la tuya.

En el CIDECI. También conocido como Universidad de la Tierra. Antes de que él marchara al Caracol de Morelia y yo a La Garrucha nos dimos un abrazo profundo, fraternal, sincero. De esos que no se olvidan, se recuerdan por siempre y no se pueden explicar.

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