- Yo sé tu secreto más profundo - le
dijo.
Nico lo miró como preguntándose si
efectivamente su nuevo amigo estaba al tanto de eso que tanto guardaba y que
solo un puñado de personas, todas mujeres, sabía. ¿Y si estaba mintiendo? ¿Y si
sólo especulaba? Al fin y al cabo el rumor estaba instalado. Y si sabía, ¿por
qué lo sabía? ¿Quién le había contado? ¿Y si tal vez sabía otra cosa y no su
secreto mejor guardado?
La conversación quedó ahí. El nuevo
amigo esperó y Nico también. La amistad siguió creciendo. En el medio
Nico hizo cosas que contradecían su propio secreto. Y el nuevo amigo dudó. Habrían
pasado días o semanas hasta que llegó el momento en que el nuevo amigo dejó de
ser nuevo amigo para convertirse en amigo.
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"Mientras tanto yo sigo vendiendo golosinas y a pesar de que pasa el tiempo siempre sigue habiendo una nueva clienta que me dice: 'Sabés que te quiero mucho, ¿no?'" - Foto: Teresa Burzaizea |
Para ese momento, ya hacía dos años
que trabajaba en el kiosco del patio del colegio. La rutina era bien simple. Llegaba
al colegio a las 9.00 y acomodaba las golosinas y gaseosas hasta las 11.00,
cuando sonaba la campana. Para ese entonces ya no era campana, sino un timbre,
si bien la tradición seguía llamándola campana. El kiosco se llenaba de chicos
hambrientos o deseosos de algo dulce o salado. “Vicente, deme una Tita”. “Vicente,
¿tiene chupetines?”. Me encantaba tener mini charlas con mis adolescentes-clientes
y alguno de ellos hasta se ha convertido en amigo. De algún modo me hacía
sentir joven. Por algunos minutos dejaba de faltar 10 años para la jubilación y
volvía a esos años en la escuela que tanto odié en su momento, que pensé que
nunca terminarían y que cada tanto veo con nostalgia. El primer amor, la
primera pelea, las figuritas, la mancha, la payana.
Una tarde de otoño vi que Nico le
decía a su ya-no-nuevo-amigo que quería hablar con él. Yo lo veía todo desde el
fondo.
- Vicente, ¿cómo puede ser que no
tenés un Milka? - me decía la nena 9°B, esa de pollera muy corta, que siempre comía
alfajores.
Se sentaron a 10 metros del kiosco.
- La verdad que me quedé pensando en
la última vez que hablamos… No la última, sino esa vez.
- ¿No tenés uno de esos Bon o Bon? ¿Los
nuevos?
- Todavía no. Me dijo el proveedor
que los van a traer la próxima semana.
La no tan nena no paraba de preguntar
cosas y yo quería escuchar.
- Yo no sé si el secreto que sabés es
éste. Pero te considero mi amigo y te lo voy a decir. La cuestión es que…
- ¡Sos un genio Vicente! ¡Gracias! Sabés
que sos el mejor kiosquero del mundo y que te quiero mucho, ¿no?
- Ya lo sé - respondimos al mismo tiempo el ya-no-nuevo-amigo
y yo.
Ya pasaron 10 años de aquel momento.
No volví a saber nada de Nico y del ya-no-nuevo amigo. Mientras tanto yo sigo
vendiendo golosinas y a pesar de que pasa el tiempo siempre sigue habiendo una
nueva clienta que me dice: “Sabés que te quiero mucho, ¿no?”.
http://www.youtube.com/watch?v=oChomPnj_fo
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