05 febrero 2014

El secreto

- Yo sé tu secreto más profundo - le dijo.
Nico lo miró como preguntándose si efectivamente su nuevo amigo estaba al tanto de eso que tanto guardaba y que solo un puñado de personas, todas mujeres, sabía. ¿Y si estaba mintiendo? ¿Y si sólo especulaba? Al fin y al cabo el rumor estaba instalado. Y si sabía, ¿por qué lo sabía? ¿Quién le había contado? ¿Y si tal vez sabía otra cosa y no su secreto mejor guardado?
La conversación quedó ahí. El nuevo amigo esperó y Nico también. La amistad siguió creciendo. En el medio Nico hizo cosas que contradecían su propio secreto. Y el nuevo amigo dudó. Habrían pasado días o semanas hasta que llegó el momento en que el nuevo amigo dejó de ser nuevo amigo para convertirse en amigo.

"Mientras tanto yo sigo vendiendo golosinas y a pesar de que pasa el tiempo siempre sigue habiendo 
una nueva clienta que me dice: 'Sabés que te quiero mucho, ¿no?'" - Foto: Teresa Burzaizea

Para ese momento, ya hacía dos años que trabajaba en el kiosco del patio del colegio. La rutina era bien simple. Llegaba al colegio a las 9.00 y acomodaba las golosinas y gaseosas hasta las 11.00, cuando sonaba la campana. Para ese entonces ya no era campana, sino un timbre, si bien la tradición seguía llamándola campana. El kiosco se llenaba de chicos hambrientos o deseosos de algo dulce o salado. “Vicente, deme una Tita”. “Vicente, ¿tiene chupetines?”. Me encantaba tener mini charlas con mis adolescentes-clientes y alguno de ellos hasta se ha convertido en amigo. De algún modo me hacía sentir joven. Por algunos minutos dejaba de faltar 10 años para la jubilación y volvía a esos años en la escuela que tanto odié en su momento, que pensé que nunca terminarían y que cada tanto veo con nostalgia. El primer amor, la primera pelea, las figuritas, la mancha, la payana.

Una tarde de otoño vi que Nico le decía a su ya-no-nuevo-amigo que quería hablar con él. Yo lo veía todo desde el fondo.
- Vicente, ¿cómo puede ser que no tenés un Milka? - me decía la nena 9°B, esa de pollera muy corta, que siempre comía alfajores.
Se sentaron a 10 metros del kiosco.
- La verdad que me quedé pensando en la última vez que hablamos… No la última, sino esa vez.
- ¿No tenés uno de esos Bon o Bon? ¿Los nuevos?
- Todavía no. Me dijo el proveedor que los van a traer la próxima semana.
La no tan nena no paraba de preguntar cosas y yo quería escuchar.
- Yo no sé si el secreto que sabés es éste. Pero te considero mi amigo y te lo voy a decir. La cuestión es que…
- ¡Sos un genio Vicente! ¡Gracias! Sabés que sos el mejor kiosquero del mundo y que te quiero mucho, ¿no?
- Ya lo sé -  respondimos al mismo tiempo el ya-no-nuevo-amigo y yo.

Ya pasaron 10 años de aquel momento. No volví a saber nada de Nico y del ya-no-nuevo amigo. Mientras tanto yo sigo vendiendo golosinas y a pesar de que pasa el tiempo siempre sigue habiendo una nueva clienta que me dice: “Sabés que te quiero mucho, ¿no?”.

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