03 septiembre 2013

Crónica de una sonrisa

No recuerdo bien cuando empecé a ser consciente de mi sonrisa, pero seguramente haya sido señalada por un amor de verano, escondidos debajo de un amanecer. "Me gusta tu sonrisa", me dijo. A esa edad en la cual comenzamos a crecer y nos preguntamos de la vida, mientras caminamos a la sombra, descubrí que una sonrisa es una arma poderosa, contagiosa, de aquellas que pueden conquistar el mundo.

"La sonrisa es la madre de todas las batallas. Los que creemos en ello, simplemente sonreímos y despertamos sonrisas".                    Foto: https://dimequenofuesoloamistad.blogspot.com.ar

Consciente del poder de la sonrisa, comencé a sonreír más y hasta encontré una sonrisa en diagonal que causaba una hermosa reacción en el género femenino. La sonrisa se volvió costumbre. Encontró un parate allá por los 16 años, pero volvió a nacer como lo hace el sol cada mañana.

La sonrisa se convirtió en un hábito. Y una mujer me lo volvió a hacer notar. Ignota esta vez. Una de esas personas que nos duran segundos, pero quedan en la vida para siempre. Iba por la Avenida Córdoba, lo recuerdo. En esas primeras cuadras que son cuesta arriba. Era una mujer de clase media que me pediría dinero porque su sobrino estaba internado en el Garrahan y se estaban comiendo los ahorros. Me diría que ese día no había comido nada. 

Esta mujer venida del interior me lo dijo. Aún lo recuerdo: "Antes que nada, gracias por tu sonrisa. Llegué a Buenos Aires hace unos días y sos la primera persona que me sonríe".

Ahí comprendí que una sonrisa no sólo es poderosa y no cuesta nada, sino que también le hace bien a los demás. Mi hábito de sonreír se radicalizó más. Sonreía incluso por teléfono, consciente de que lo para-verbal se trasluce hasta por la línea teléfonica. Sonreía aún estando triste, al colectivero a la mañana, a laburantes cansados del colectivo. Compartía sonrisas instantáneas con mujeres, mientras pensaba cómo pasarles el teléfono. Sonreía también con hombres dispuestos a sonreirles a otros hombres, sin creer que por eso ponían en duda su hombría.

Copiando a mi viejo, sonreí a los nenes que me cruzaba en la calle, aún sin adquirir esa consciencia de padre que ve ternura en los ojos de un niño. Sonreí cuando daba una moneda; después de putear cuando pisaba una baldoza floja. Sonreí bajo la lluvia y hasta cometí la estupidez de empapar un traje debajo del aguacero recordando mi niñez. Intenté sonreír viajando de noche en la ruta, cuando la melancolía del pasado y las incertidumbres del futuro se hacen presentes. 

Una suiza que me acompañaba hasta la madrugada me enseñó a sonreír de modo digital. Entre otras cosas. La primera vez que vi la carita me pareció ridícula y hasta me molestaba verla en formato horizontal. Sin embargo, la comencé a incorporar repetitivamente en todos los formatos de chat. Cómo no decirle al otro que le estamos hablando sonriendo.

Sonreía. Simplemente sonreía.

Ahora, cuando no sonrío no soy yo. Cuando no sonrío me preguntan si me pasa algo. Sonrío por mí y sonrío por los otros. No sé si al resto le importa, no sé si el resto hace algo por hacerme sonreír. Simplemente sonrío. A veces la tristeza toca la puerta. En esos momentos me cuesta encontrar la sonrisa, pero la sonrisa es una filosofía de vida.

La sonrisa es la madre de todas las batallas.

Los que creemos en ello, simplemente sonreímos e intentamos sacarle una sonrisa al mundo.


4 comentarios:

  1. Confío en que si todos saludamos a todos con una sonrisa el mundo cambia de la noche a la mañana. Te juro que estoy segura de eso!

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  2. Muy Bueno Damián! La sonrisa es una filosofía de vida. Se extrañan tus clases. Te dejo mi tumbrl para que lo leas cuando tengas ganas.
    Saludos
    Franco
    http://www.tumblr.com/blog/franksupertramp

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    1. Hola Franco. Muchísimas gracias. También se los extraña ;) No puedo entrar porque no tengo cuenta. Mandame algo por mail!

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